No se me pierdan, el recorrido es éste: abogados norteamericanos que llevan la campaña de solicitud de indemnizaciones multimillonarias contra las compañías tabaqueras han titulizado sus minutas. Para ello, han contratado los servicios del Deutsche Bank, que se ha encargado de la emisión de títulos, así como de su colocación. Parte de esos títulos han sido comprados por una caja de ahorros española... en nombre de los partícipes de sus fondos de pensiones.

Sí, lo han entendido bien: parte de las pensiones futuras de los clientes de esa caja de ahorros dependen de una emisión de activos cuyo soporte real son las minutas que los despachos de abogados norteamericanos, del otro lado del Atlántico, cobran por fastidiar a las compañías tabaqueras y acusarles de todos los males del mundo. Aportación al bien común: nula. Incremento de la burbuja financiera en el planeta: alarmante. Especulación: creciente. Y que no pinche la precitada burbuja, porque de ella dependen las pensiones futuras de muchos modestos clientes de cajas de ahorros.

La titulización fue el invento que llevó a la quiebra de las cajas de ahorros norteamericanas. Durante la era Reagan, es decir, la mayor crisis bancaria de la historia, aquellas modestas entidades, que cumplían su papel social ofreciendo créditos hipotecarios y descuento comercial a pymes decidieron entrar en el mundo de las grandes finanzas, titulizando de una otra forma sus créditos. Es decir, cobraban antes, aunque cobraban menos. Conclusión: se fueron todas a freír espárragos, en cuanto cambiaron los veleidosos tipos.

Es lo mismo que han hecho los abogados antitabaqueros: cobrar antes aunque cobren menos. Lo que, dicho sea de paso, puede desincentivarles: ellos ya han cobrado, así que tampoco les importará mucho sacarles a las tabaqueras una indemnización de un millón de dólares u otra de 1.000 millones.

Pero eso es lo de menos. Lo importante es que el funcionario o asalariado cliente de esa caja de ahorros (voy a tener a bien no descubrir su nombre, porque sería injusto : lo hacen todos los bancos y todas la cajas) está fiando su inversión a unos títulos negociables que se pueden depreciar en cualquier momento, pues están financiando una mera burbuja de aire, que puede pinchar también en cualquier momento.

Y hay ago más: vivimos en un mundo en el que no podemos tener el menor control sobre el destino en el que se emplea nuestro dinero, desde el fondo de inversión donde tenemos nuestros ahorros, al fondo de pensiones del que esperamos un complemento para nuestra jubilación futura hasta la cartilla de ahorros para pagar el colegio de los niños.

La especulación actual no sólo es tremenda: es anónima. El dinero de mi cuenta corriente puede estar financiando la prostitución en Ucrania, el narcotráfico en Colombia o el aborto en China o las armas en Arabia Saudí. No tengo ningún control sobre él. Recordemos que el Banco Ambrosiano, que administraba los dineros de El Vaticano hasta la llegada de Juan Pablo II, invertía en empresas de condones. Y El Vaticano no tenía la menor idea del asunto, como no la tenemos usted ni yo.

La única posibilidad de controlar el destino de nuestros dineros es la inversión directa (suponiendo que el equipo directivo nos informe de todo lo que hace la empresa de la que hemos comprado acciones) o no utilizar el ahorro y funcionar en metálico. Que visto lo visto, a lo mejor no es tan mala idea, por más que lo bancos se encarguen de impedir esa posibilidad con toda clase de trucos.

¿E invertir? Sólo en tu propio negocio o en tu propio consumo.

Eulogio López