Al rebufo de la negociación con ETA y de la batalla sobre Endesa va a ser necesario revisar todos los principios de ética periodística. El primero de ellos: la obligación de contrastar la información, primer mandamiento, sagrado dogma, del periodista honrado, honesto, ético y comprometido con el desarrollo sostenible.

Pues bien, considerando la forma de trabajo de los directores de comunicación (DIRCOM), he llegado a la conclusión de que contrastar sólo sirve para:

1. Te destrocen la exclusiva filtrándolo a medios amigos que le den un tratamiento más riguroso, es decir, adecuado.

2. Te nieguen los hechos para alegar más tarde que la información que tú poseías no se correspondía exactamente con la realidad, aunque se le pareciera. Como se sabe, en periodismo el rigor se ha convertido en el peor enemigo de la verdad.

3. Toparte con la siguiente respuesta: Pero querido Eulogio, si eso lo sabe todo el mundo. Hace dos meses, creo, lo público la Crónica de Teherán, con grandes titulares. Debo de tener la traducción por aquí cerca. O mejor: Lo ha publicado zutanito, pero ya sabes cómo es Zutanito, que se lanza a la piscina sin contrastar. En ese momento, tienes la sensación de que cuando el dircom hable con el precitado Zutanito le va a contar exactamente lo mismo que a ti. Las campañas de difamaciones y calumnias de los dircomes contra los periodistas podrían llenar la enciclopedia de la infamia.

4. Y si todo eso falla, la mentira pura y dura. Puedes asegurar que el hecho es falso, y cuando se decante cierto, afirmar que:

A. Yo no lo sabía (papel conocido como Dame pan y llámame tonto).

B. Lo supe luego, pero legalmente no podía advertirte, porque he firmado una cláusula de confidencialidad. La CNMV me mataría.

C. No te preocupes. Te he mentido, nunca lo he hecho falso-, no volverá a suceder falso- y te resarciré falso-.

En este punto existe una variante. Si se trata de un medio tradicional con redacciones amplias y balance grueso, el dircom ni se molesta en resarcir al periodista: resarce al editor, que es mucho más cómodo y eficaz. Y barato, porque comprando a un editor le puedes estar cerrando la boca a 100 redactores. A éste le controlo yo desde arriba, es la frase favorita de un reputadísimo dircom bancario.

Por el contrario, si se trata de un medio independiente, magro de medios, donde se confunden el editor y el redactor, pongamos un confidencial de Internet, que se puede montar con 3.000 euros, el asunto cambia. Paradójicamente, a esos medios no se les puede comprar tan fácilmente, porque necesitan mucho menos dinero para sobrevivir. Con esos medios caben dos posibilidades: o la difamación o el juzgado. O les desprestigias o les demandas. Se asombraría usted, lector, del tiempo que la Junta Directiva de las Asociación de Dircomes dedica a algo presuntamente tan mínimo, poco influyente, falto de rigor y, en definitiva, repugnante como los confidenciales.

Por otra parte, los directores de comunicación, o Dircom, son los parapetos de los poderosos contra la prensa libre. En primer lugar, porque no se habla con la fuente, sino con el Dircom. De esta forma, el presidente (o el ministro o el editor) siempre podrán advertir que su dircom sufre de idiocia compulsiva y que lo que ha dicho no es cierto. Por eso, en la jerga actual entre el portavoz y el periodista, el primero suele recitar frases como éstas: Que yo sepa, no, no me consta, tengo que consultarlo, no creo que sea cierto.

Además, con los dircomes se ejerce la teoría del embudo : del ministerio, banco, empresa o asociación cultural, no habla nadie salvo su portavoz. Esto es, se implanta la censura en nombre de la transparencia. Todavía recuerdo la charla mejor, la bronca- con el portavoz de un poderosísimo organismo público, quien me reprochaba no haber contrastado con él cierta información que afectaba a la institución. En vano trataba de explicarle que la información estaba contrastada con varias fuentes de dicha organismo, precisamente del Departamento protagonista de los hechos narrados. Para los dircom, contratar es contrastar con el dircom. Y tienes que tener muco cuidado con tus fuentes, porque el dircom, en nombre de don Dinero, es decir, del presidente, tiene como función prioritaria realizar cazas de brujas para contarle al jefe qué directivos tiene la fea costumbre de hablar con periodistas.

Vivimos en la sociedad de la información, pero también podríamos llamarla el Reino de la Mentira, en el que los poderosos son reyes y los dircom sus chambelanes. Recuerden al protagonista de Primera Plana, la genial historia de Billy Wilder, que protagonizaron Jack Lemmon y Walter Matthau. El pervertido director del diario Chicago Examiner, un tipo muy riguroso, al que sí preocupaban los hechos aunque no las personas, termina su vida profesional impartiendo conferencias sobre ética periodística en centros universitarios. Pues bien, el tema favorito de los dircomes es la reputación corporativa (y su paralelo, la Responsabilidad Social Corporativa). Eso para los seminarios. En paralelo, sus conversaciones cotidianas están salpicadas de referencias a los periodistas, gente vendida al mejor postor, ganapanes ignorantes y chantajistas. Éste último epíteto es el adjetivo más utilizado, y en metalenguaje de los dircomes significa aquel que no está dispuesto a callar lo que le molesta al jefe del dircom. O sea, que no son unos caballeros. Wilder no habría rodado hoy su historia con un director y un redactor como protagonistas, sino con un banquero (se me ocurren algunos nombres) y su responsable de comunicación. Sería mucho más divertido.

Queridos compañeros, lanzo una propuesta abierta: a partir de ahora, prescindir de los dircom. Contrastar sólo con gente honrada. Publicar lo seguro como seguro y lo dudoso como dudoso, y aplicar el principio de los periodistas británicos, que reza así: Ninguna noticia puede darse por cierta mientras no haya sido expresamente desmentida por el Número 10. Esto es, mientras no haya sido explícitamente negada por el dircom.

Otrosí: propongo que la Asociación de Periodistas de Información Económica (APIE) añada a sus premios Tintero y Secante, el ranking del dircom embustero. Los periodistas, amparados en el más sigiloso secreto, deberían votar sobre quiénes son los portavoces económicos y políticos más embusteros. También se puede votar el contrapunto : los dircoms más sinceros. Pero a lo mejor se queda permanentemente desierto. Y tampoco es eso.

Eulogio López