Aunque ahora le alaben en España por suposición anti-secesión catalana de España, lo cierto es que la vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding (en la imagen), tiene un historial político muy eurócrata, es de ir, políticamente correcto. Vamos, un bienintencionado desastre.

Su objetivo actual es imponer que, en la Unión Europea, allá por 2020, las mujeres supongan el 40% de los miembros de los consejos de administración de las sociedades cotizadas. Y todos aplauden porque hay miedo a que, de otro modo, te tilden de machista. Y aunque la prioridad europea no debería ser cuántas consejeras entran en las grandes empresas, ni los católicos se atreven a plantar cara.

Es curioso, acabo de escuchar a un grupo del lobby feminista en Bruselas criticar a Ángela Merkel por su estilo 'masculino' de hacer política. No me enteré muy bien de en qué consistía el tal espíritu pero se suponía que se refería al hecho de que la canciller alemana es cada día más mandona y que ejerce el poder de la mayoría sin respetar a las minorías... creo.

Hombre, que yo sepa, el copar puestos en un Consejo de Administración sólo beneficiará a las mujeres poderosas, no al conjunto de las mujeres. Las cuotas, en el Consejo, es un pugna por el poder, o sea, algo merkeliano y machista. E injusto, claro, por cuanto las cuotas no dejan de ser una consideración de la mujer como alguien inferior al varón, que necesita de muletas legales para igualarse al hombre.

Lo que el feminismo no entiende es que hombre y mujer, afortunadamente, no son iguales. Y tampoco se entiende que la marginación se produzca cuando, por circunstancias naturales, no artificiales, una persona -la mujer- no pueda desarrollarse como lo hace el otro -el varón-.

En otras palabras, la marginación laboral de la mujer respecto al varón se llama maternidad. No hay otra. Es una marginación, producto de una grandeza, porque servidor, varón, lo único que envidia en una mujer es eso: la experiencia sublime de la maternidad.

En efecto es en la edad fértil de la mujer cuando se consolida la trayectoria laboral de cualquier trabajador. Por tanto, si la mujer opta por ser madre -y es lo que debe hacer- queda marginada respecto al varón.

Ahora bien, eso no se contrarresta con el acceso forzoso, por cuota, a los consejos de administración sino con un salario maternal. Que no es una limosna, sino la justa contraprestación que el conjunto de la sociedad adeuda a la mujer por 'producir' los futuros contribuyentes. Menos cuotas y más contraprestaciones económicas por ser madre.

Ahora bien, si tener hijos es de fachas, como asegura la progresía, entonces estamos hablando de otra cosa.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com