Sesudos columnistas una reiteración sin duda: si son columnistas, son sesudos- de la prensa española nos han explicado las diferencias entre la juventud francesa y la española: los jóvenes galos, gente con inquietudes sociales, se manifiestan contra el Gobierno de Dominique de Villepin eufónico nombre, si señor- por la cuestión social. Por el contrario, los nuestros, los españoles, se enfrentan a la policía por el botellón. No necesito decirles quiénes cuentan con el beneplácito de la intelectualidad.

Sin embargo, a uno, en su vulgaridad, le parece mucho más interesante la rebeldía de los hispanos. En primer lugar, las manifestaciones francesas contra el contrato de primer empleo, con despido libre durante los dos primeros años, las originan universitarios, la mayoría de ellos pertenecientes a la clase media y que, muy probablemente en Francia la proporción de universitarios es inferior a la española y encuentren antes un empleo acorde a sus estudios- nunca tendrá que pasar por el CPE. Más parece que las organizaciones juveniles francesas pretenden revivir el Mayo Francés y sentirse Daniel el Rojo -¡qué emoción!- que luchar contra la precarización del empleo.

Naturalmente, las manifestaciones han ido acompañadas de una violencia extrema. Es lógico, no se puede protestar contra un contrato precario sin romper lunas de escaparates lo que crea muchos puestos de trabajo estable entre los proveedores de lunas-, incendiar coches para dinamizar la industria francesa del automóvil, que tantos puestos de trabajo crea en Francia- o golpear a la gente por la espalda para arrebatarle el teléfono móvil, última moda de los desórdenes franceses. Todo ello muy necesario para mejorar el nivel de vida de las personas y profundizar en la cuestión social.

Por cierto, ¿Villepin se está pasando? Yo diría que Villepin se está quedando corto. Nicolás Sarkozy, que ha sido lo suficientemente inteligente como para apoyarle sin reparos, propone un contrato que se parece mucho al despido libre, aunque pagado. A ver si nos entendemos: todo el mundo sabe hacia dónde señala la lógica que debe alcanzarse en materia de regulación laboral en todo el mundo : despido libre -¿por qué no va a despedir un empresario a un trabajador si no lo necesita-, pagado mi buen amigo Gonzalo Garnica eterno portavoz de la CEOE siempre me recuerda que si el despido es indemnizado ya no es libre, pero es que Gonzalo lleva años respirando el maléfico aire de la CEOE- y, a cambio, salarios dignos. Al asalariado no hay que asegurarle el puesto de trabajo de por vida, porque eso se presta a un sinfín de injusticias, a que un grupo de trabajadores vagos rinda poco y más que otros trabajadores generalmente jóvenes- mejor preparados, que trabajan más horas y que no pueden formar un hogar porque no tienen ni para pagar le alquiler. Además, el trabajo asegurado no hace más que provocar paro. Lo que hay que asegurarle al trabajador son salarios dignos. Esa es la principal función que debe juzgar el Estado en el marco laboral. Y la única forma de forzar salarios dignos, dado que los empresarios tendrán a pagar el mínimo imprescindible, es instaurar una base en la pirámide salarial, lo que llamamos salario mínimo.

Es más, Villepin se equivoca al establecer un contrato de despido libre para los jóvenes, discriminándoles una vez más respecto a los adultos. Lo que tienen que hacer es instaurar ese contrato absolutamente para todo el mundo, a cambio de la supresión de la temporalidad, de una indemnización por despido y, sobre todo y ante todo, de un salario digno. Por cierto, si el empresario se muestra rácano con el trabajador es por tres motivos: existe demanda, y si alguien no quiere trabajar por cinco, querrá otro; los impuestos que graban el trabajo son altísimos, es decir, que es el propio Estado quien dificulta la creación de empleo con su empeño en expropiar la propiedad privada (y no estoy hablando de Rusia); en tercer lugar, contratar a una persona no puede ser casarte con ella. Por todo ello, despido libre y salarios dignos son la clave del entramado. Villepin, otro insigne representante del Nuevo Orden Mundial, ha escogido el camino equivocado porque mantiene su espíritu clasista: unos tienen una serie de derechos adquiridos e intocables, otros, tienen que ganarse esos derechos. Sólo que en el siglo XXI esas dos categorías ya no se identifican con burgueses y proletarios, sino con adultos y jóvenes. Estos últimos son los marginados.

Pero en España, con el mismo paro que Francia y sueldos mucho más miserables, eso no nos preocupa. Lo que nos preocupa en España, y mucho, oiga usted, es el botellón. Lo cual demuestra que los jóvenes españoles son mucho más profundos que los franceses. Compartir la amistad con ayuda de algún brebaje de no muy elevada graduación no tiene por qué ser malo, mientras el botellón sea una excusa para la amistad y no la amistad una excusa par el botellón. En el mundo mediterráneo siempre se ha sabido beber -conozco pueblos en Francia, ¡que horror!, sin un sólo bar-, un arte que revela un alto grado de civilización. Es en Alemania o Escandinavia, gente poco acostumbrada a la luz del sol, donde se bebe en silencio, consigo mismo, hasta agarrar una curda monumental, mientras que los cantos de las tabernas siempre ha sido la expresión cultural favorita del universo latino.

Personalmente prefiero la camaradería de la taberna, pero comprendo que los tiempos han cambiado y que los bares cada vez son más caros. Así que lo del botellón no tiene por qué ser malo. A mí me parece mucho más productivo que romper escaparates en nombre de la justicia social, en ocasiones sin tener mucha idea sobre el origen de la mani. Para mí, que los jóvenes españoles son mucho más profundos.

Eulogio López