El intelectual, Íñigo Ramírez de Haro, cuñadísimo de Esperanza Aguirre, dice sentirse agredido y ha puesto su caso en manos de la abogada Cristina Almeida, como se sabe, una altruista defensora de los más débiles como los concebidos, aunque no nacidos. Pues bien, quiero ponérselo fácil a doña Cristina, que me cae bien. Y por la presente afirmo cagarme en Íñigo Ramírez de Haro. Quiero que el afectado me acuse de insulto. Quiero ser detenido por cercenar la libertad de expresión. Y quiero que, inmediatamente después, ese mismo juez sustituto del número 26 de Instrucción de Madrid, Juan Francisco López Sarabia, me explique por qué jurídicas razones cagarse en lo más sagrado no es susceptible de indicio racional de criminalidad -1.500 denuncias archivadas- y mi personal cagada sí que lo es.

 

Ahora resulta que el agresor se convierte en víctima. El cordero de Ramírez de Haro hizo su cagada con toda su buena voluntad de construir un mundo mejor. Un mundo en el que los curas y las monjas tuvieran una cartilla para desfogarse sexualmente, al menos dos veces al mes, y donde la religión estuviera prohibida, al menos hasta los 18 años. Las creaciones artísticas del cuñadísimo, sin embargo, son aptas para todos los públicos, que para eso la Constitución consagra la libertad de expresión en su artículo 20.

 

Y en medio de tan altruista objetivo, resulta que llegan los "talibanes" de los creyentes y afirman sentirse ofendidos por su intelectual cagada. Algo impresentable, cuando la progresía estaba acostumbrada a arrear a la clerecía hasta que hablase inglés, como al mono. Desde luego, esto de que los cristianos se acojan al Estado de Derecho, es algo inconcebible. ¡A las sacristías! O mejor: ¡A los leones! Ah, ¿qué ya no existen leones? Bueno, pues a la plaza pública a reírnos de ellos, que sale gratis.

 

Pero claro, resulta que los cristianos somos ciudadanos, pagamos impuestos e incluso generamos futuros contribuyentes. Exigimos carta de ciudadanía, no privilegios. Exigimos respeto a nuestras creencias, que, por otra parte, han labrado los restos de la civilización sobre la que actualmente vivimos. ¿Es mucho pedir? Pues, no pienso pedir perdón por dar gracias a Dios por la vida, incluso por la del pobre Ramírez de Haro.

 

Resulta que el Centro de Estudios Tomás Moro ha ampliado la querella al personaje porque el cuñadísimo pretende hacer caja en el teatro Alfil con su blasfemia. El director del Alfil, Joseph Michael O´Curneen, y Rosario Solanas García, en calidad de representante de la productora La Avispa SL, quedarán dentro de la ampliación de la querella criminal. La fundamentación de la ampliación se basa en el artículo 510.1 del Código Penal, que establece que los que "provocasen a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones por motivos religiosos -entre otros- serán castigados con penas de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses".

 

El letrado Javier María Pérez-Roldán considera que la prohibición de la práctica religiosa hasta los 18 años supone claramente una discriminación hacia los practicantes de cualquier religión. Por cierto, ¿a que Ramírez de Haro no tiene lo que hay que tener para titular su creación artística "Me cago en Alá"?

 

Pues bien, resulta que el corderito descarriado se siente ahora acosado por la justicia y ha echado mano de Cristina Almeida, que siempre da ‘glamour'. Judicial, entiéndanme. De momento, ha decidido cambiar el título de su "opus maximus" por "Me cago en la censura", porque, a su juicio, está siendo sometido a un linchamiento injustificado e injustificable. Por si fuera poco, el cambio del título es nada menos que una muestra de que "la obra está viva", según el director del Alfil. ¡Qué creatividad tan desbordante!

 

Me uno a los gritos del pueblo madrileño en la mañana del domingo: "¡Eso es basura, eso no es cultura!". Y me sumo también a la exigencia del Centro de Estudios Tomás Moro para suspender cautelarmente la diarrea. Si no es así, anuncio que me sentiré libre de cagarme en Ramírez de Haro hasta que la blasfemia cese.

 

Luis Losada Pescador