Si el sacramento de la confesión fuera el ‘producto' que vendiera una ‘Iglesia SA', tiempo ha que la sociedad habría presentado suspensión de pagos por defectos en la comercialización. Quiebra universal por falta de calidad en el servicio. De calidad y de cantidad. En primer lugar, por graves problemas de marketing: el sacramento de la penitencia apenas se anuncia desde el púlpito. De la necesidad de confesarse se habla menos que del infierno.

Fallos en la distribución: me recuerda a uno de mis primeros editores, quien nos aleccionaba de la siguiente guisa: "Éste es un diario de calidad. No nos sirve cualquier lector: tenemos que ponérselo difícil al lector". Resulta complicadísimo confesar en una ciudad como Madrid, que probablemente cuenta con uno de los mayores porcentajes per capita de sacerdotes y de templos abiertos.

En domingo, prohibido confesar durante las misas. Nunca lo he entendido: a fin de cuentas, ¿cómo sabe el cura si el penitente está cumpliendo el precepto dominical en doble función, o es que ha venido antes de la eucaristía posterior? En muchas parroquias, con misa horaria, el tiempo dedicado a confesar suele ser los 10 minutos escasos -generalmente cinco- que transcurren desde el final de una eucaristía hasta el comienzo de la siguiente.

De los consejos sacros del administrador mejor no hablar. Sólo recordaré el viejo ‘padre Spyke' de Clive Lewis, aquel que llevaba tantos años intentando hacer digerible una fe presuntamente rígida a una feligresía presuntamente incrédula que ahora era él quien escandalizaba a su grey por su evidente falta de fe.        

Confesar es sin duda, la labor más dura de un sacerdote, verdadera cruz del presbiteriado. Pero también la más eficaz, en un mundo que sólo tiene un pecado: la pérdida del sentido del pecado, un tumor siempre maligno, de difícil extirpación. La frase que mejor define a la modernidad es esa majadería tan escuchada: "Yo no me arrepiento de nada". En el mejor de los casos, te encuentras con personas que reconocen haberse equivocado, "pero no a sabiendas", gente capaz de reconocer el error, pero nunca el horror.   

Dicen que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Pero para no repetirla no basa con conocerla: hay que arrepentirse y rectificar. Los pueblos y las personas.

Ahora, ya sólo falta que añadan a la lista el progresivo cierre de templos -¿Cuántas horas abren las iglesias?- y la paulatina reducción del número de eucaristías, por ejemplo, en las órdenes regulares a las que se ha encomendado una parroquia.

Van como van y pasa lo que pasa. Pero conste que la solución la ve hasta un ciego: apertura de los templos, cuanta más eucaristías mejor y los confesionarios como las garitas: con centinela dentro.

Eulogio López

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