Sr. Director:

Como diría el inefable Giovanni Guareschi, "fueron tantas las caras que recibí de mis 23 lectores que me sentí como, si en lugar de ser un cretino cualquiera, fuera un cretino importante". La enorme minucia publicada en Hispanidad días atrás me ha provocado una sensación similar.

Hay un montón a católicos españoles huérfanos de partido político. Y lo más ¿gracioso? Es que se trata de un fenómeno global. Sé que no lloran por ello, pero sí resulta molesto cuando hay que acudir a las urnas, bajo el lema del gran Mondadori: "Tapaos la nariz y votad democracia cristiana", aquella que de cristiana tenía poco pero, eso sí, cada día era menos demócrata. En España, el término demócrata cristiano debe cambiarse por el de PP, pero es más de lo mismo, sólo que peor: el PP no tiene poco de cristiano: sencillamente no le queda nada.

Por lo general, los lectores se apuntan a los cinco principios no negociables para elector y elegido cristianos. No son míos -esto representa una gran ventaja-, sino de Benedicto XVI, y eso se nota. Sin embargo, preguntan por el partido que les representa. Recordemos: vida, familia natural, libertad de enseñanza, bien común (sí, el bien común es muy concretable) y libertad religiosa. Este quinto lo ha recordado Benedicto XVI en muchos documentos y, además, constituyó uno de los emblemas del pontificado de Juan Pablo II: Sin derecho a la libertad religiosa todo el entramado de derechos se tambalea.

Ahora bien, personalmente no entiendo que los cinco principios no negociables como el programa de un partido político, que necesariamente debe ser más extenso, sino como un banderín de enganche para cualquier partido, asociación o agrupación electoral. No olvidemos que lo que marca la política actual, tras el declive de las ideologías, no son los partidos, sino las coaliciones electorales. IU no es más que una coalición, y lo mismo puede ocurrir con CIU, abundan los gobiernos tripartitos, a veces con consensos realmente históricos, entre, por ejemplo, socialistas jacobinos y nacionalistas independentistas. El propio PSOE ha subsistido tras haber agrupado a marxistas del PSP o del PSOE histórico, con los capitalistas del felipismo, para quienes el Mercado, como buenos creyentes, es dios, y sus aliados sociales favoritos son los plutócratas (en todo buen ministro de Felipe o de ZP, anida un candidato a presidir un banco, una eléctrica o una caja de ahorros). Del PP puede decirse tres cuartas partes de lo mismo: la mezcolanza entre los viejos democristianos, con perdón, liberales y ‘conservaduros' y otros llegados de la España-Una, todos ellos tan travestidos como sus adversarios del PSOE, es la marca de la derecha española, que encima no quiere ser de derechas, sino centro-reformista, a mayor gloria de la confusión y chifladura colectivas.

Por tanto, lo que yo propongo es un banderín de enganche al que pueda acceder cualquiera, incluidos ultras de ambos lados, porque en el mundo moderno vivimos camino del manicomio, y cada vez tenemos menos claro qué es la moderación y qué la radicalidad.

Y si me fuerzan, bajo violencia, claro, a decir cuál debería ser la concreción, aquí y ahora, en España, ante las Generales del 2008 de los cinco principios no negociables, yo diría que el salario maternal. Ofrecer a la mujer un salario por cada hijo, durante sus primeros años de vida, como la cuarta parte del Estado del Bienestar (lo de la Ley de Dependencia es una estafa de tahúr) es la trasversal que sitúa en su punto justo el bien común, la que se llega por la justicia social, la maternidad, la familia y su colofón, la libertad de enseñanza. No afecta la libertad religiosa pero mi capacidad de compendio da de sí lo que da de sí.   

Y es que las ideologías han muerto, pero eso no significa que hayan muerto las ideas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com