La obsesión nacionalista por superar a la Terminal 4 del aeropuerto madrileño de Barajas, convertida en icono de la modernidad española, ha hecho del concurso por la Nueva Terminal Sur del aeropuerto de Barcelona en un vodevil.

Allí llegó Gonzalo Pascual, propietario de Marsans y presidente de Spanair, para prometer aquello que más anhela el Tripartito: convertir a Barcelona en una central par vuelos de largo radio, intercontinentales, a ser posible. Si Barajas lo es, ¿por qué no el Prat? Recuerden que Cataluña supera el PIB de Madrid (aunque la distancia se reduce por meses). Pues bien, aunque Spanair no es precisamente la compañía más potente del mundo, Pascual vendió su coalición, Star Alliance aún a sabiendas que Barcelona sólo le podía interesar a una de ellas entre las llamadas compañías de red: a la alemana Lufthansa.

Lo malo es que la alemana ha terminado por aclarar que le encanta apuntarse viajeros pero siempre que pasen por su base de operaciones en Francfort. Con un mapa en las manos, llevar pasajeros de Barcelona a Iberoamérica pasando por Francfort resulta un tanto surrealista.

En el entretanto, a nadie se le oculta que aunque es AENA, es decir, el Gobierno central, es decir, el Ministerio de Fomento, que lidera Magdalena Álvarez, quien atribuye las concesiones, es la Generalitat de José Montilla. Ahora habrá que echar mano de Spanair y Clikair como soportes de la Terminal Sur. Y eso que la segunda es la marca de bajo coste de Iberia, compañía poco admirada en Barcelona, especialmente por sus colores corporativos.