Para ser un buen tirano moderno, del siglo XXI, progresista, se necesita, ante todo, que el pueblo trague con el aborto. El aborto es mucho más que el aborto : es la clave para aumentar las tragaderas del pueblo. Una vez que se pasa por ese aro, una vez que se acepta sin rechistar el homicidio del más inocente e indefenso, ya se ha impuesto el aborregamiento colectivo. Más completo.

Si el estrado científico del país es lo suficientemente alto, puede atentarse contra la vida de forma más sofisticada, mucho más elegante: manipulación de embriones, abortos químicos, clonaciones, esterilizaciones elegantes y todas las formas de sexo sin procreación y procreación sin sexo.

Todo tirano que se precie debe afrontar el aborto como primera medida.

En segundo lugar, hay que destruir la familia. La familia es el gran enemigo del Estado, es decir, del tirano. La familia es una célula de resistencia a la opresión. Naturalmente, el dictador no debe decir que intenta destruir la familia, sólo hacerlo. Facilidad para el divorcio y todo tipo de rupturas y, últimamente, matrimonio gay. A fin de cuentas, el mejor cáncer contra el matrimonio es el matrimonio gay.

En tercer lugar, como colofón de la anterior el buen tirano debe evitar la libertad educativa. No se trata de escuela pública frente a escuela privada, sino de introducir una cuña en la transmisión de valores de padres a hijos. La patria potestad es una de las tradiciones humanas, más nocivas para el buen desarrollo de un sátrapa. Lo del modelo educativo es lo de menos.

En cuarto lugar, un archipámpano de pro debe reducir la libertad de expresión y de prensa recuérdese, el tirano lo recuerda siempre- que vivimos en la sociedad de la información. Pero ya no se lleva la censura previa, una forma basta, pedestre y poco eficiente. Tampoco la prensa estatal, qué horror, ni el monopolio privado. En el siglo XXI, el buen tirano busca el oligopolio consensuado : un puñado de editores que se reparten las posturas del espectro ideológico, incluso a favor y en contra del Gobierno, pero con un acuerdo de mínimos un ajustado reparto del mercado. Posturas ideológicas que, por supuesto, son intercambiables. Eso sí: una vez que el oligopolio de editores está creado, no se invita a la mesa a ningún otro comensal: le interesa al tirano y les interesa a los editores. Voces discordantes sí, siempre que sean marginales. El oligopolio, no lo olvidemos, es mucho más práctico que el monopolio : provoca un espléndido espejismo de pluralismo. Cada equis tiempo, llega un mutante que rompe el círculo cerrado : no hay que preocuparse. El tirano debe introducirle en el oligopolio y si acaso, cambiarlo por algún imperio editorial decrépito.

En quinto lugar, un sátrapa debe atar la propiedad privada, lo que no hay que confundir con el fenecido comunismo. Ha fracasado el intento por colectivizar los medios de producción, hasta crear un sistema productivo donde, como decían los obreros soviéticos: Nosotros hacemos como que trabajamos y ellos hacen como que nos pagan. Un sistema absolutamente obsoleto. No, el tirano del siglo XXI no atenta contra la propiedad privada, salvo en nombre del interés general, que, naturalmente, representa el Estado. Es más, el moderno tirano pretende privatizarlo todo, se diría que es un capitalista rabioso. Sin embargo, ora por la vía fiscal, ora a través de la teoría del reparto igualitario y equitativo de los gastos, que no de los ingresos, el tirano moderno puede controlar empresas y mercados.

Para qué gestionar propiedades e infraestructuras cuando puedes tener en un puño a los propietarios y gestores, especialmente de infraestructuras. Además, con una pirámide impositiva adecuada consigues lo mismo que con las antiguas enajenaciones de tierras o estatalización de fábricas. Y encima no tienes que hacerte cargo de las malas cosechas o de fábricas ruinosas. El tirano atenta contra la propiedad privada a costa de encarcelarla.

En este quinto punto también impera el espíritu oligopolista. Habrá que repetirlo : el tirano actual es preferentemente aristócrata. Mejor que la empresa estatal es un oligopolio de grandes empresarios, especialmente si son financieros, banqueros o rentistas, que acumulen el dinero que antes poseía el Estado. A la postre, es más fácil controlar a un par de empresarios por sector (y además, mantienes el espejismo pluralidad) que gestionar de forma directa desde el Estado. Hay que insistir: la tiranía actual no es monárquica, ni republicana, es aristocrática. Reparen en que democracia y monarquía tienen algo en común. En la monarquía habla uno solo, en democracia hablan todos con una sola voz. Un tenor no desafina, tampoco desafinan 80.000 gargantas cantando al unísono. Pero media docena de coristas deben ensayar mucho para unificar criterios. El tirano del siglo XXI trabaja en grupo, como enseñan los manuales de las esuelas de negocios. Para alcanzar el poder absoluto ya no se conspira, se consensúa. A la tiranía siempre se llega por el diálogo y se mantiene con el aplauso de las almas convencidas, no soliviantadas. Ya saben, lo de La Guerra de las Galaxias: Así termina la libertad, con una sonora ovación. El tirano del siglo XXI no es una persona, es una camarilla.

Por último, todo tirano debe sustituir al Padre Eterno por la dignidad nacional (y aquí me es igual que se emplee el término nación o el término nacionalista). El buen tirano incita y excita la dignidad nacional, siempre que el Estado, el Gobierno, tenga en el tirano su especial depositario.

Esos seis mandamientos del nuevo tirano pueden resumirse en uno : ama lo grande, lo gigantesco sean estructuras, instituciones, empresas o capitales- y odiarás lo pequeño. Y yo te auguro, hijo mío, siglos de sosegada tiranía, con espíritu de equipo, mientras legiones de subordinados abotargados continúan convencidos de que viven en una espléndida democracia.

Ahora que lo pienso, cuánto se parece el escenario descrito a la Venezuela de Hugo Chávez. No se apuren: si me esfuerzo encontraría alguno más, también en la Unión Europea.

Eulogio López