Harry Stoneceipher, consejero delegado del consorcio Boeing (el mayor fabricante de aviones del mundo, tanto civiles como militares, en dura competencia con el europeo Airbus), ha sido cesado (perdón, ha sido dimitido) por el Consejo de Administración de la Compañía, a causa de su infidelidad. No infidelidad a la empresa, sino a su señora legal, si ustedes me entienden. El Consejo de Boeing, muy suyo, ha explicado que los hechos reflejan un mal criterio de actuación por parte de Harry, que perjudica su capacidad para liderar la compañía.

El mal criterio consiste en haberse liado (sí, liado significa aquí justamente eso que está usted pensando) con una señora de la compañía, aunque el Consejo, siempre prudente, aclara que la susodicha no se encontraba bajo sus órdenes directas. Prudente aclaración, dado que el anterior presidente, al parecer, dejaba al bueno de Harry como un pudoroso y tímido colegial.

Por cierto, el Consejo aclara que la dimisión no está, en modo alguno, relacionada con los resultados operativos de la compañía o los financieros, que siguen siendo buenos. Sin embargo, el consejero delegado debe mantener un comportamiento personal y profesional intachable y el Consejo ha decidido que esta era la decisión correcta y necesaria en estas circunstancias.

En el fondo, es el mismo argumento que los medios norteamericanos emplean cuando se trata de criticar la conducta personal de los presidentes: A mí no me importa su vida sexual, pero yo a quien no sabe controlar su bragueta no le doy el botón nuclear.

Y reparen en que la tal relación, conocida por una delación anónima (qué poco me gustan esto de los anónimos), provocó una investigación (qué poco me gustan este tipo de investigaciones) con las siguientes conclusiones: el adulterio no afectó a la vida de la empresa ni se sirvió de bienes de la empresa. Nadie metió la mano en la caja, pero se trata de un mal criterio de actuación.

La verdad es que si Stoneceipher presidiera una gran empresa española su caso habría sido aplaudido por el progresismo reinante: tú eres nuestro ídolo, Stone. Como mucho, la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, habría examinado atentamente si el adulterio fue de mutuo acuerdo entre las partes y si no había existido acoso laboral a la señora. Ahora bien, si se había refocilado libremente con el consejero delegado... Pedro Zerolo (no hacer rimas fáciles con su apellido) se habría quejado de que los consejeros delegados norteamericanos siempre se revuelven con directivas, en lugar de hacerlo con directivos, que es mucho más progresista. Pero, en general, el pueblo español, e incluso en toda Europa, habría aplaudido con entusiasmo a Stone, un tipo de los pies a la cabeza, y habría criticado con aspereza al Consejo, que se atreve a inmiscuirse en su vida privada.

La verdad es que la sociedad norteamericana, y anglosajona en general, tiene mucho de puritana. El puritanismo consiste en que no te pillen en un renuncio. El puritanismo es una filosofía muy complicada, pero un castizo podría resumirlo así: Haz lo que quieras, con tal de que no te pillen. Lo importante no es que mientas, sino que se demuestre que has mentido. El paso último del puritanismo, el más peligroso de todos, es precisamente ese: Si no te pillan, es que no has mentido.

Y la verdad es que la teología puritana no es mejor ni peor que el progresismo europeo (asimismo, muy puritano en lo que respecta al culto al cuerpo), que viene a decir lo contrario : yo no respeto las normas, así que si me pillan, lo que tengo que hacer es convertir mi conducta en norma. En definitiva, el progresismo europeo lo que viene a decir es: Yo acierto hasta cuando me equivoco. No me arrepiento de nada. ¿Cuál de las dos doctrinas es mejor? Ninguna de las dos, claro está.

El puritanismo anglosajón, especialmente norteamericano, se quebró con Bill Clinton, por la sencilla razón de que tras andar metido en boca de Lewinsky se negó a dimitir. No contento con eso, don Bill firmó indultos a familiares y financiadores suyos (por ejemplo, al español Marc Rich) la noche antes de abandonar la Casa Blanca y hasta se llevó algún tresillo a su casa, quizás para apoyar su magra pensión. Pero ahí sigue, como un presidente modélico.

En España, la reacción de Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, tras su escabroso vídeo, fue muy europea, incluso fue más allá de Clinton: ni tan siquiera pidió disculpas. Lo que él hacía, estaba bien hecho porque lo hacía él. Y punto. Y Ana Rosa Quintana se permitió el lujo de poner en berlina a la esposa del entonces presidente del Gobierno, Ana Botella, quien le presentó un libro que resultó ser un plagio... y tampoco se arrepiente de nada, ni mucho menos dimitió de sitio alguno.

Por lo demás, el progresismo europeo, para distanciarse del fundamentalismo islámico, ha descubierto el adulterio sucesivo, para distinguirnos del adulterio simultáneo de los mahometanos, también conocido como poligamia.

Está claro, los progresismos de ambos lados del Atlántico se aproximan cada vez más, y no es tan lejano el día en que ambos se funden en delicada armonía. Por ahora, gente como Boeing, una empresa armamentista por lo demás, todavía juzgan la vida privada de sus jefes y consideran que la moral no es lo que se hace en casa, sino también en la calle, en la empresa y en el Parlamento. Pero cada día son menos.

Eulogio López