Sr. Director:
Muchos se lamentan de la sociedad que hemos creado y se estremecen ante crímenes cometidos por menores, delincuentes sexuales con perversión de adulto.

Pero la principal responsabilidad de la insatisfacción en todos los órdenes recae sobre los padres. Es habitual que consientan a sus hijos todos sus deseos, a veces para evitar una rabieta. El orgullo puede anidar así en los niños, porque no se les enseña a renunciar. Crecerán descontentos y serán consumidores sin restricciones, promoviendo una juventud promiscua, aficionada a la pornografía, asidua a las prácticas antinatalistas y que aceptará el aborto como mal menor, como ya sucede, un acto  menos dañino que la contaminación de un río. Quien desde niño no ha aprendido a renunciar se vuelve egoísta, sin amor, tirano.

Muchos,  en los primeros años de escuela, no sabe recitar un Padrenuestro ni hacer la señal de la Cruz, y de Dios, a veces, no sabe absolutamente nada, pero conoce el nombre de todos los jugadores de su equipo de fútbol favorito o los afanes de sus ídolos televisivos. Los padres se disculpan diciendo que esto es tarea del catequista y de los profesores de religión, y no saben que si la enseñanza religiosa no comienza en casa desde la más tierna edad, la fe no perdurará después y se convertirá en indiferencia religiosa, en decadencia moral.  ¿Queremos ver tiempos mejores? Comencemos por la educación de los niños.

Pili S Montalbán

monpili2@gmail.com