El Gobierno de Rabat, los líderes religiosos islámicos, los medios informativos (éstos con mucha mesura, que el personal anda un poco cabreado), y, cómo no, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, que no podía faltar en este guiso, todos hacen llamadas contra el presumible racismo anti-islámico que, tras el 11-M, cundiría en la sociedad española.

Todos recuerdan que el Islam es una religión de paz, que los saludos islámicos aluden a tan deseable virtud, y nos recuerdan que no debemos confundir a los musulmanes con los terroristas. El Islam se siente víctima.

Siempre resulta pertinente una llamada a la prudencia, por lo tanto, nuestro aplauso. Ahora bien, lo cierto es que lo que sorprende es lo que está ocurriendo. La verdad es que no se ha producido, tras el 11-M, ni un solo incidente digno de reseña  ocurrido en España.

Algo similar puede decirse de los crímenes de la banda terrorista ETA: más de 800 muertos y ninguna venganza, salvo la protagonizada por los GAL, que no fueron organizados por ninguna víctima o por sus allegados, sino por el Gobierno socialista con fondos públicos.

Además, de todas los colectivos que viven en España, los musulmanes son los que peor se han integrado y los que más conflictos han provocado. Pese a esto, el respeto de los españoles por los musulmanes que viven dentro de nuestras fronteras es proverbial: no son víctimas en España, a pesar de que algunos de ellos han sido verdugos. Y debemos alegrarnos por ello y así debe continuar, pero lo que no se puede admitir es la mentira.