La preocupación del zapaterismo por la libertad es constante, un anhelo vehemente. El responsable de Justicia, don Juan Fernando López Aguilar, vela por la libertad de los homosexuales para contraer homomonio con solicitud y premura. Pero resulta -¡Dita sea!- que de todos los jueces repartidos por España hay uno, allá por la alicantina Denia, mejor dicho, una, de nombre Laura Alabau, que se resiste a casar a sarasas.

Naturalmente, López Aguilar no podía permitir tal cosa. Así, aprovechando un escrito enviado por la jueza a la Fiscalía del Tribunal Superior Justicia de Valencia, el número dos del señor ministro, don Luis López Guerra, se ha dirigido al Presidente del Consejo General del Poder Judicial pidiendo un severo castiga para la jueza.

Y es que en el mundo judicial se ha sentado la premisa de que los funcionarios no pueden ejercer la objeción de conciencia: deben aplicar la ley, aunque la ley consista en degollar ancianos por la calle.

Ahora mismo no me interesa el gaymonio sino la objeción. Porque sin objeción de conciencia simplemente no hay Estado de Derecho. Si se trata de aplicar la ley y no de administrar justicia, aún no comprendo cómo los jueces juzgados en Nüremberg no salieron libres: ellos aplicaron las leyes nazis con escrupulosa profesionalidad y, como jueces, no eran quienes para discutir la bondad o maldad de la norma, ni tampoco su encaje con la conciencia individual de quien la aplica. Nada, nada: son funcionarios, son autómatas.

Naturalmente nadie se convierte en un autómata al aplicar la ley. El margen de maniobra, es decir, de subjetividad, es enorme, y buena prueba de ello es que, ante un mismo texto, una instancia judicial dice A y otra Z. Suprimir la objeción de conciencia es tanto como homologar al juez con una máquina. Es más, si la ley fuera objetiva, una máquina, sin sentimientos ni prejuicios, debería ser la que sentenciara. Y lo haría con más ecuanimidad, seguro, que la persona, aunque no con más justicia.

Es lo mismo que ocurre con los pilotos automáticos: pueden aterrizar sin aportación humana, pero todo el pasaje desea que lo haga un piloto, por la sencilla razón de que el piloto siente miedo, y los seres humanos se sienten más seguros junto a los seres que sienten miedo. Sé que en muchas mentes anida una peligrosa macedonia pero, a pesar de ella prefiero una precaria y subjetiva conciencia a una sofisticada y objetiva normativa. Prefiero el posible fallo del piloto al rigor frío del automático y a la aplicación pretendidamente matemática de la ley. Si se trata de juicios morales -es decir, todos los juicios que se celebran en todos lso tribunales- más aún. Si soy el acusado, prefiero una conciencia regular a una buena ley.

La mayoría de los jueces de Nüremberg fueron condenados. López Aguilar no lo habría hecho : aplicaban la ley.

Laura Alabau no ha querido aplicar la ley, porque le repugna intelectualmente, como a mí me repugna intelectual y físicamente- la toma por el ano, y mucho menos su equiparación al matrimonio. Naturalmente, los homosexuales, siempre tan comprensivos, le han asaeteado con peticiones de gaymonio. Todos quieren que les case Laura, para ponerla en un aprieto, de igual forma que los militantes gays del partido Popular quieren que les case Gallardón, aunque el alcalde de Madrid se resiste, el muy reaccionario.

Es como si el Gobierno estuviera buscando al último hombre o mujer- libre, capaz de jugarse el puesto por ser fiel a su conciencia, para que su aniquilación sirva de escarmiento. Tiene razón: por de pronto, la jueza Alabau está dando muy mal ejemplo. ¿Cómo va a prosperar la democracia si la conciencia prima sobre la ley? A fin de cuentas, lo de Nüremberg ocurrió hace ya un montón de tiempo : está trasnochado.

Eulogio López