En el ranking de insultos a Hispanidad -competición harto interesante- el artículo homosexualidad, pederastia, incesto se lleva la palma.

Me valió una campaña del lobby gay, amenazas de muerte incluidas, lo que exigió cambios de teléfono y otras lindezas. La reacción habitual fue el rasgado de vestiduras, pero lo cierto es que la realidad tiende a superar a la presunta ficción. Pasen y vean. El lema del actual Día del Orgullo Gay que en breve amenizará nuestras tediosa tarde madrileña es Vamos la cole. Al parecer, los intelectuales más destacados de la Coordinadora de Gays y Lesbianas (COGAM) considera que ha llegado el momento del librar de prejuicios en los colegios: vamos, de hacer que lo niños y adolescentes salgan del armario y todos sabemos para qué se sale del armario, para introducir el talante, por detrás y por delante.

A este paso, los vestuarios escolares o deportivos se convertirán en zonas de riesgo. La campaña de este año resulta especialmente peligrosa, por cuanto apunta hacia personalidades infantiles o adolescentes, es decir, no formadas. Claro que está aumentando el número de homosexuales. Cómo no va a aumentar: si a un chaval le adviertes del pantano donde entrará si atiende a una tendencia rectificará en un tanto por ciento muy elevado en los casos. Ahora bien, si le dices que se trata de una libérrima opción sexual, tan loable como la heterosexualidad, entonces le conduces directamente al infierno.

Otra perversión sexual consiste en interpretar toda tendencia como natural, bueno, toda tendencia es natural, pero también lo son los tumores cancerígenos y bien que los reprimimos. De hecho, la educación no consiste en otra cosa que en la represión de tendencias nefastas y la animación hacia tendencias que puedan realizar al muchacho. La educación y la vida. Yo mismo, a mi provecta edad aún experimento tendencias a ayuntarme con toda señora espléndida que veo por la calle, pero reprimo dicha tendencia por un montón de razones que no vienen al caso, incluida la de evitar la bofetada que seguramente me ganaría.

No les hablo de mi tendencia a asaltar sucursales del Santander y el BBVA porque resultan especialmente vergonzantes, pero también las reprimo con decisión. No, no todas las tendencias pueden ser realizadas, so riesgo de que ocurra justamente lo que nos está ocurriendo.

Para que no coincidan los homófonos con los homófonos, no insistiré de nuevo: los hechos son tercos, los principios muchos más, y cuando alguien pervierte el sexo -sólo hay un sexo, el que combina masculinidad y feminidad- es lógica que los pervierta por razón de edad y, finalmente, por razón de cercanía biológica. El aborto atenta contra el primero de los derechos, el derecho a la vida, la homosexualidad contra el segundo, la familia, el único paraíso del universo donde a cada miembro se le quiere por lo que es, no por lo que aporta. Y tras la pederastia, como es lógico, el incesto. Y todo ello según el camino habitual: despenalización, promoción y obligación. Recuerden que en el antiguo egipcio los filadelfios no eran más que eso: la excesiva consanguinidad entre quienes formaban pareja.

Vamos al cole. Eso es lo peor, que vienen.

Insisto en que lo malo no es lo gay sino el orgullo gay. Para una sociedad no es problema que existan homosexuales: siempre se les puede ayudar a superar tan desastrosa tendencia. Ahora bien, si apoyamos la estupidez, no lo duden: acabemos por liberalizar la pederastia y el incesto. Es lo lógico, que no significa que sea lo bueno.

Y por cierto, ya contamos con un verdadero experto en los efectos nefastos de la homosexualidad, alguien que consigue que se mastique con tanta crudeza que te aleja de toda duda: se llama Michael OBrien, el autor de El librero de Varsovia.

Eulogio López

eulogio@hispandiad.com