Paso unos días de vacaciones en una playa catalana. Muchos franceses y naturalmente muchos españoles, principalmente catalanes, aragoneses, vascos y navarros. Veo que los franceses y belgas tienen más hijos que los españoles, niños seguidos –como decía mi madre- con poca edad de diferencia entre ellos. Suelen ser tres, a veces cuatro. Por el contrario, veo pocas familias numerosas que hablen español o catalán, a lo sumo la parejita.

A mi lado veo a una joven francesa, con tres retoños, el mayor no pasa de los cinco años. Exhibe sus generosas domingas ante su marido, su prole y los 10.000 bañistas presentes. Su falta de pudor me hace sospechar que en su decisión de procrear no han influido en exceso su profundo sentido cristiano del matrimonio sino el hecho de que el Gobierno francés apoya la maternidad y el español no ayuda nada. La norma francesa es algo compleja y fue cambiada a la baja por Sarkozy pero, resumiendo mucho, quizás demasiado, digamos que una pareja francesa que decide tener un niño recibe unos 700 euros al mes como ayuda estatal para criarlo y para cubrir la marginación laboral que sufre toda mujer que decide tener un niño en lugar de "dedicarme a mi profesión". 

El Gobierno español acaba de anunciar que eleva a 450 euros el subsidio a los parados con cargas familiares. Pero eso es ayudar a posteriori. Lo que tendría que hacer Mariano Rajoy es promulgar un salario maternal como el francés, al que tuvieran derecho todos los españoles –y españolas, Rubalcaba- por el hecho de aportar a España lo que España más necesita: jóvenes ante una sociedad envejecida que, sinceramente, camina hacia su desaparición. Además, al Estado le resulta más barato.