El presidente Obama (en la imagen) es un progre y los progres son esclavos de sus propios tópicos. Por eso, llegó al poder criticando la tortura, las detenciones forzosas y las cárceles secretas -y en todo ello eso hacía muy bien- mientras ahora, ya en el poder, emplea los famosos drones, aviones no tripulados que matan a gente, presuntamente terroristas, en Afganistán, Paquistán, Yemen, etc. Su progresía quedó para matar embriones humanos o niños por nacer.

Pero la macedonia mental progre no tiene límites y produce desarreglos estomacales sin número. Por eso, los guardianes de la esencias progres, el New York Times, fiel apoyo de Obama, le reprocha ahora, en un muy sesudo editorial, que someta al Congreso y a los tribunales las ejecuciones selectivas de terroristas en el exterior, sobre todo si son norteamericanos. Muy lógico, no podemos igualar la dignidad de un afgano a la de un gringo.

En cualquier caso, he aquí la tercera forma de guerra, la lucha contra la guerra terrorista, la del siglo XXI. Y es una guerra difícil porque representa un tercer estrado en la historia de la humanidad. A saber: la guerra de siempre consistió en dos ejércitos que se encontraban fuera de la población civil y se machacaban a gusto. Los civiles sufrían la posguerra, en cuanto eran considerados botín de guerra, pero no el conflicto.

Luego, con la modernidad, especialmente a partir del siglo XIX, la guerra comenzó a ser una cuestión social. Suena bien, ¿verdad, pero lo que quiero decir con esa denominación es que los ejércitos empezaron a bombardear ciudades, es decir, civiles y militares, todo a un tiempo.

Pero la 'civilización', ¡oh sí!, avanza. Ahora, ha surgido una tercera derivada: la guerra terrorista. Consiste en que el atacante golpea a civiles más aún que a los militares, entre otras cosas porque tiene menos riesgo. Consiste, también, y esto es lo más importante, en que la guerra ya no es una cuestión social sino una cuestión familiar. Es decir, los terroristas asesinan y luego se refugian en el anonimato del hogar, parapetándose detrás de sus mujeres, hijos, vecinos. Toda guerra es mala pero la guerra tradicional era menos inmoral que la guerra social y ésta menos que la guerra terrorista.

George Bush, el junior, practicó la guerra social. Osama Bin Laden asesinó a 3.000 norteamericanos y George Bush metió al Ejército en Iraq. Con ello, no sólo mataba a los soldados de Sadam Husein sino a los civiles iraquíes. Un desastre.

Obama, mucho más progre, además de alentar todo el fanatismo islámico disfrazado de Primavera Árabe, emplea drones, es decir, practica el asesinato selectivo. El problema es que, al hacerlo desde el aire, mata a terroristas y a civiles, sin distinción de género. Es decir, al igual que Bush, comete el error de matar moscas a cañonazos. Personalmente, prefiero el asesinato selectivo a los bombardeos. El asesinato selectivo lo inventaron los israelíes y como mal menor, me parece el mal menos malo. Los comandos israelíes que matan a iraníes en Teherán intentan no dañar tampoco a las familias de sus víctimas. Algo es algo. Es poco, pero es algo.

Ahora bien, el juicio moral no puede consistir en elegir entre dos males menores. El juicio moral consiste en distinguir lo bueno de lo malo, aportar por lo primero y condenar lo segundo. Por eso, en las relaciones internacionales la Iglesia apuesta decididamente por la paz y la diplomacia, eso que ahora llamamos diálogo. Y en verdad es el primer arma de toda política exterior. Además, los drones de Obama no deja de ser un instrumento cobarde. Menos cobarde que un atentado terrorista -sobre todo porque son una respuesta al terrorista- pero, a la postre, cobarde.

Lo que no es de recibo es lo de New York Times, arquetipo del progre que pontifica sin asumir el riesgo de tomar decisiones. Porque, oiga, someter a control parlamentario y de los tribunales un ataque con drones, me temo que redundaría en escasa eficacia. Los terroristas también leen la prensa, las decisiones de los tribunales y las votaciones parlamentarias.

Eulogio López

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