Maragall y Zapatero coinciden: ambos quieren que el nuevo presidente de la Generalitat sea Artur Mas y no su candidato, José Montilla. En Moncloa continúan empeñados en que CIU entre en el Gobierno de España, pero Mas insiste en que si no obtiene la Generalitat no habrá ministros catalanes. Eso sí, un resentido Maragall consigue sacar de quicio a Zapatero con sus afirmaciones sobre la cuestión catalana

Por si fuera poco el abucheo popular que recibió en la Plaza del Obradoiro -ni tan siquiera en el barcelonés barrio del Carmel había sido tan mal recibido como en Santiago- el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se tragó el pasado miércoles un segundo sapo llegado desde Cataluña en forma de declaraciones del todavía presidente de la Generalitat, Pascual Maragall. Según el presidente saliente, Cataluña es la nación sin estado con más poder en Europa y el Estatut es una constitución. Si recuerdan, ese era uno de los argumentos favoritos del Partido Popular durante la polémica gestación del Estatut de autonomía catalán: que no era constitucional, precisamente porque era una constitución paralela. La provocación de Maragall era la reacción de un hombre resentido porque su propio partido, el PSC de José Montilla, así como el mismo Zapatero le han echado no sólo de la Generalitat sino de la vida política.

Sin embargo Maragall y Zapatero coinciden en algo totalmente rocambolesco : ambos quieren que las elecciones del 1 de noviembre sean ganadas por CIU, al menos en número de escaños, y ambos desean que el nuevo presidente de la Generalitat sea su presunto adversario, el líder de CIU, Artur Mas, y no su presunto correligionario, el compañero José Montilla. La razón de Maragall es muy sencilla: vengarse del todavía ministro de Industria que le ha quitado todo el poder en el PSC y al que considera un hombre sin clase política alguna. Zapatero desea que el ganador sea Mas por otra razón: considera que su pacto con el líder de CIU es fundamental para perpetuarse en la Moncloa. Recuerden: si Mas recobra el Palacio de San Jordi habrá al menos dos ministros, si no tres, de CIU en el Gobierno de la nación: seguro Durán i Lleida en Exteriores y Felip Puig en Fomento, el ministerio más inversor, y quizás un tercero. Con ello, Zapatero conseguiría definitivamente aislar al PP y ganarse el voto de centro. Hace ya un año largo que a Zapatero sólo le preocupan dos cosas, por las que está dispuesto a pagar cualquier precio : el pacto con CIU y el pacto con ETA. Su futuro político depende de ambos factores, pero aún más del primero. Desde Ferraz, José Blanco advierte que la opinión pública española ya ha tragado con el Estatut pero podría no estar dispuesta a pagar cualquier precio a cambio de la paz en Euskadi. Especialmente ahora, cuando el nivel de chulería de Eta y Batasuna vuelven a marcar cotas históricas y a plantear exigencias imposibles de cumplir: como el derecho de autodeterminación. Incumplibles porque el propio Zapatero ha afirmado en sede parlamentaria, como dicen los cursis- que la autodeterminación no es negociable. Dicho de otra forma, el pacto Zapatero-Mas tiene que salir sí o sí. El mayor disgusto que se llevaría Zapatero el 1 de noviembre es que el PSC obtuviera más escaños que CIU por lo general suele obtener más votos pero menos escaños- y que Montilla exigiera la Presidencia de la Generalitat o que, simplemente, cansado de la traición de Zapatero, reclamara un nuevo tripartito.

El resto no importa, porque el crecimiento económico aguantará un año más. Eso sí, el tejido industrial español se está diluyendo y pasando a manos extranjeras para conformar la economía que ya pergeñara Rodrigo Rato : España, un país de pymes. Pero eso, ¿a quién le importa?