Sr. Director:
Pienso que se equivocaron totalmente quienes hicieron la reforma que eliminó a cientos de miles de adolescentes, o cuasi niños, los que por mor de los obstáculos, impuestos en pro de una defensa y unos derechos, que no podían soportar los maestros, de los cien oficios que hoy languidecen y decaen en manifiesta recesión y empobrecimiento de unas artes más o menos artísticas o más o menos prosaicas.

Mucha de esa chiquillería que antes entraba en las disciplinas del taller, de la oficina, del comercio, etc., derivó a unos estudios que para nada les sirven hoy que son hombres (véase el ejemplo de que hoy, para un vulgar puesto de trabajo, se presentan hasta titulados superiores). 

Y esta derivación podemos considerarla en el mejor de los casos,  puesto que en el peor… pienso que mucha de la delincuencia, de la irresponsabilidad, del libertinaje, "de la mala educación" que hoy padece esta España nuestra, es debida a esa falta de disciplina, que en su día no se le proporcionó a esa "indómita" y rebelde -por naturaleza- adolescencia y subsiguiente juventud. Disciplina y obligaciones, que muy bien se nos inculcaban a los niños ("incluso con algún pescozón que otro") mucho antes de reconocérsenos unos derechos, puesto que es de lógica meridiana, el que antes que recibir hay que dar. Aunque  muchas veces sólo se pudieran dar "anticipos simbólicos de promesas para posterior cumplimiento.

Era una colaboración entrañable, y aunque no pongo en duda el que en muchos casos existiesen abusos, el resultado total era positivo, de ello no cabe la menor duda. Entre padres y Maestros de "los mil oficios", los que se encargaban de educar al vástago al que los estudios no le atraía) en las disciplinas del taller, o el oficio que fuese.

Se empezaba barriendo el local y efectuando mandados al maestro, y muchas veces a su esposa y a los demás oficiales, y se terminaba saliendo del taller con una maestría bien aprendida y que permitía al portador de tan aprovechados estudios establecerse por su cuenta, y con ello independizarse y crear su propio taller y su propia escuela, consiguiendo así su propia y ansiada libertad.

Paternalmente "el papá estado" (con minúsculas), exigió para todos sus hijos, el ser inscritos en los sacrosantos cánones de una legislación laboral paternalista y deformante, que fue la que hoy nos presenta como resultado a una Seguridad Social de la que ya se duda si será capaz de auto mantenerse a sí misma y, por tanto, si será capaz de generar los propios recursos para el pago de las pensiones de los que nos jubilaremos dentro de veinte años.
Y nos presenta igualmente la mentada legislación una legión de componentes de unos oficios y profesiones totalmente deformados, impuestos totalmente en sus derechos, que no en sus obligaciones.

Como resultado, esa legión es de chapuceros. Esta palabra despectiva y ofensiva era la que lanzaba a la cara el maestro al oficial, que bajo sus órdenes le presentaba un trabajo defectuoso y mal realizado, que por lógica era devuelto con la consiguiente reprimenda… Chapuceros que van a terminar pronto y a cobrar cuanto más mejor y que han perdido totalmente el sentido de la responsabilidad profesional. No hablemos por tanto, de la responsabilidad material y de que se conserve la debida distancia entre la ética y la persona. Y de este "chapucerismo nacional", no se escapan ni los llamados titulados superiores. Y no se olvide ello, por cuanto "la línea dicen que es una serie ininterrumpida de puntos".

En el transcurso de esas décadas, muchos, muchísimos, innumerables maestros, muchos de ellos valiosísimos para muchos oficios artísticos, han muerto y han sido enterrados junto con su saber, el que recibieron desde hace siglos a través de generaciones de Maestros, verdaderamente preparados para recibir y transmitir, incluso enriqueciéndolo, el saber humano…

Quizá algunos queden, aunque ya bastante viejos, pero a estos les espera igual fin, salvo que algunos de ellos encontrarán en sus propios hijos al discípulo único para continuar la positiva cadena.

Por el contrario, se fomentó la fábrica de oficiales (como si un oficial se pudiese formar mediante esos cursos "acelerados" y que –dicho sea de paso-, son costosísimos para el contribuyente al Estado de la nación española), pues ello era más espectacular de cara a la galería. Resultaba mucho más vistoso para el lucimiento del político de turno, individuo o gobierno.

Desglosemos y detallemos, pormenorizando los hechos para general conocimiento y tratemos de volver a lo bueno del pasado, pues no todo el pasado es nefasto.

Hubo un momento en que las inspecciones del trabajo, fueron lanzadas principalmente sobre el pequeño y mediano industrial, maestro de taller o comerciante, que son, no se olvide, los únicos pilares sólidos y creadores de verdadera riqueza humana y material.

Les fueron levantando actas, multando severamente a los infractores que esclavizaban a esos adolescentes o cuasi niños" y les obligaban a que estos, pequeños meritorios o aprendices, pasasen con todos los derechos a formar parte de la nómina del personal, con las consiguientes ventajas sociales y económicas que la ley imponía.

Y no fue nunca mejor dicho lo de impuesta, por cuanto nada se podía discutir ni razonar para favorecer a aquellos "explotados trabajadores", a los que desde entonces se les inculcó que uno de sus peores enemigos era siempre el propio jefe o empresario.

Aquello también contribuyó a la decadencia del emprendedor. Se argumentaba que a los aprendices "se les robaba un tiempo sin pagarles nada o pagándoles miserablemente". ¿Acaso la enseñanza no es un valioso emolumento en sí misma… no cobra hasta el Estado por esa enseñanza? Entonces a los aprendices se les "abrieron los ojos", por cuanto "la revolución nacional sindicalista", tenía previsto todo, absolutamente todo menos el fracaso claro y tangible que hoy padecemos en este sentido.

Lo que antecede, pudiera haberlo escrito hoy puesto que tristemente sigue teniendo el valor de la actualidad; pero mis lectores deben saber que fue escrito, sobre el año 1982/1983 y consta en mi libro "España aquí y ahora", editado en 1984 la 1ª y en 1985 la segunda edición. Han pasado pues, treinta años y… ¿dónde está el progreso y dónde muchas de aquellas y estas juventudes? ¿Cuánta delincuencia se hubiese evitado y cuánto niño y joven se hubiese conducido por caminos positivos, si se hubiese seguido cultivando el aprendizaje de oficios en los lugares donde de verdad se aprende y sin coste alguno para el Estado, incluidos los padres de las criaturas?

¿Cuántos empresarios y maestros de los oficios habría hoy establecidos, enseñando a otras generaciones y creando empleo y riqueza? ¡¡No, los políticos nos crearon un aparato oficial costosísimo, pesado en demasía e inútil total… y a la situación actual me remito!!

Algún otro día y si me place, les copiaré algunas otras páginas de aquel libro, hoy agotado, pero que algún ejemplar puede quedar en tiendas de libros de viejo y en bibliotecas públicas a donde envié como donación los restos de la segunda edición, puesto que en España, los libros que obligan a pensar, son pocos los que los compran y leen.  Y está claro: "Así va el paisaje y el paisanaje".

Antonio García Fuentes