El pasado mes de noviembre Rosa (nombre ficticio), una chica de Ecuador de 19 años, se acercó presionada por su novio a abortar y quedó estupefacta ante el dantesco espectáculo que se exhibe en un famoso centro madrileño de abortos. La sala de espera estaba llena de jóvenes y mayores con las caras destrozadas y en silencio, en la antesala de la muerte.

Una colombiana le comentó a Rosa que ella ya había venido varias veces y que el trámite era muy fácil. Cuando escuchó su nombre, se acercó a la enfermera. Por el interfono llamaba a una señora de origen oriental para que atendiera a una mujer china que estaba en la primera planta. Allí se dirigió la intérprete a la que pagan para facilitar el trabajo de los aborteros especializados ahora en el negocio de arrancar de las chinas residentes en España la vida que llevan en sus entrañas.

Pero Rosa no estaba para auditar el negocio abortero. Ella llevaba su problema personal. Pasó a un cuartito pequeño en donde un presunto psicólogo le hizo algunas preguntas de manera rápida y desinteresada. ¿Qué edad tienes?, ¿estás casada?, ¿trabajas?, ¿cuánto tiempo llevas con tu pareja?, etc. Cuando le preguntó sobre su estado de ánimo, ella se sinceró y le contó que estaba siendo presionada para abortar por el padre de su bebé.

Al psicólogo no le debió de gustar la respuesta, pero continuó con su cuestionario estándar: ¿duermes bien?, ¿tienes ansiedad?, ¿comes adecuadamente? Rosa le respondió que estaba estupendamente. Su único problema es que el padre de su hijo le estaba presionando para abortar. Esperaba del psicólogo cierta complicidad, ayuda para superar esta presión, ánimo para seguir adelante por encima de las dificultades de su pareja. Pero ocurre que el supuesto psicólogo es un empleado. Y Santa Nónima opera milagros. Así que, ni corto ni perezoso, le espeta: Pues vamos a poner que duermes mal y estás muy triste para que puedas entrar en el supuesto legal de aborto, porque si no, no podemos hacerlo. Una buena muestra de cómo el supuesto terapéutico subsegmento peligro para la salud psíquica de la madre- se ha convertido en un verdadero coladero del aborto en España. ¿No es hora de que la Fiscalía investigue de oficio estas irregularidades? El aborto es probablemente el único servicio regulado y financiado por la administración que no es auditado.

Rosa se quedó extrañada de que un psicólogo planteara una mentira de manera tan abierta y hasta obscena. Rápidamente, como con prisas, el trabajador de la clínica le hizo firmar un papel: el consentimiento informado. Una formalidad, en la jerga del sector.

Así que es estado de estrés emocional, Rosa no fue capaz de reaccionar. La pasaron al ginecólogo. Allí el abortero le dijo que el embrión no tenía latido cardíaco. O sea, que estaba muerto, pero que ya que había pagado, que si quería, le hacían la aspiración y se lo sacaban. Ni un lo siento. Nada. Frialdad y a por la pasta. En medio de tanta bata blanca, Rosa accedió. Pero se sintió triste, abandonada y manipulada. Todavía llora cuando relata este capítulo de su vida que desearía borrar.

Y es que fue algo más que una formalidad.

Luis Losada Pescador