México se encuentra a la espera de conocer los detalles de la decisión del Tribunal electoral en relación a las elecciones celebradas el pasado 2 de julio. Probablemente el dictamen del tribunal no cambie en nada lo que ya se sabe: el candidato conservador Felipe Calderón ganó las elecciones por el estrecho margen de medio punto porcentual.

La democracia es así, el triunfo y la victoria puede diferenciarse en un solo voto. Pero Obrador no parece que esté por la labor de aceptar el resultado. A pesar de que sus manifestantes se han ido disgregando dedicados a sus tareas ordinarias, Obrador se ha permitido acusar al actual gobierno panista de México de haber ofrecido cañonazos de dinero y cargos públicos a los magistrados. Y por si no se le había entendido suficientemente, declara al Financial Times que el Watergate fue cosa de niños comparado con lo ocurrido en el proceso electoral mexicano. Vamos, que no ha aceptado la derrota.

Y eso no sale gratis. Porque con su aprobación o sin ella, Calderón será proclamado presidente de la república. Y eso va a provocar una profunda y abierta división en el PRD, un partido nacido de la división del PRI, estrechamente vinculado al liderazgo de Obrador, pero con profundas fracciones internas. Obrador no alcanzó la victoria, pero además, sembró la desconfianza en el país. La división entre los radicales que dirigen actualmente al PRD y rodean a Obrador- y los moderados es clara y una guerra abierta al interior del partido es lo que los observadores prevén para el futuro inmediato de la política mexicana.