Sr. Director:

Sorprende que, incluso hoy, en los albores del progreso y desarrollo en materia de derechos humanos a los que ha llegado la humanidad, se dicte sentencia de muerte para el converso al cristianismo en ciertos lugares del mundo. En otros más, la pena no es capital aunque no deja de ser injusta y reprobable: marginación en la vida social con sus consecuentes implicaciones: desempleo, pobreza, agresiones físicas y morales, insultos, etc.

De fondo está la incomprensión de los motivos que mueven a la conversión y la falta de respeto por la libertad de cada ser humano y sus determinaciones. Para algunas religiones no parece justificable que el hombre adecue su vida según lo que le señala su conciencia iluminada por la verdad. En esos credos, la concepción de pertenencia no deja espacio a las convicciones interiores despreciando la posibilidad de rechazar lo que no se acepta; coarta la libertad desde el momento mismo en que no deja espacio para el planteamiento de dudas y menos aún para formularlas.

Para el católico la fe no es una imposición sino un camino. Un camino guiado por la honda certeza de la posesión de la verdad. En el seno de la fe católica queda abierto el espacio para los interrogantes pero, a la vez, se ofrecen afirmaciones ricas, profundas y fundadas en la riqueza emanadas de la fe y complementadas por la razón.

Siguiendo el adagio popular, el católico propone la fe y jamás la impone. Lo hace con la convicción de poseer una verdad revelada plena y atractiva en sí misma. El mensaje católico no es adalid de manifestaciones reaccionarias que, fundándose en antropologías reduccionistas y teocracias totalitarias, no deja espacio a la realización del hombre en su fe misma y a partir de ella en todas las demás dimensiones. Se comprende la revolucionariedad del mensaje católico a partir de la herencia de «caridad» que fundamenta toda su acción.

Dan en qué pensar las imposiciones arbitrarias que amparadas en el «Dios dijo», juegan con el hombre y lo reducen a juguete sin aspiraciones individuales en el marco de sus derechos naturales como preguntarse, encontrar la verdad y tender a ella.

No puede parecer extraño que los católicos hayan crecido 12 millones en los últimos años. Ciertamente es poco comparado con el crescendo de otras religiones. Sin embargo, en el catolicismo, la verdad de la revelación heredada por Cristo no ha perdido su luz seductora y siempre nueva para quien la busca con rectitud y apertura. Sin coacciones, penas de muerte, condicionamientos o confinamientos a campos de concentración, la fe católica sigue expandiéndose porque está impregnada de la razón más poderosa y persuasiva: el amor.

Jorge Enrique Mújica

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