Sr. Director:
Cuando el vertiginoso curso de la vida puede impedirnos ver que el mundo existe, a pesar de nosotros, y que hay personas necesitadas de lo que todos tenemos y tal vez malgastamos. Hacen un uso excelente de él. El tiempo.

 

Hay historias de gente de bien, personas ejemplares que hacen surgir alrededor, como diría, un halo de felicidad. Son anónimos hasta que alguien hurga y encuentra ese foco irradiante de felicidad.

La periodista Ima Sanchís nos cuenta una historia. Un hombre corriente, como otro cualquiera hasta que le descubrió Ima. Un gigante de bondad ocurrente, de los que nos cruzamos por la calle e ignoramos de las maravillas que son capaces de hacer. Ocurrencias que por sencillas, seríamos todos capaces de hacer. Pero...la feliz idea la tuvo Iñaki Orive; crear la Fundación Pequeño Deseo. Su fin, proporcionar la realización de los deseos de los niños aquejados de enfermedades terminales, o bien crónicas

Cuando vivió en EEUU de América, se dio allí cuenta de cómo podemos proporcionar felicidad al atender los sueños, los deseos, de los pequeños pacientes. Desde el Colegio Oficial de Psicólogos Americanos refieren la mejoría que se consigue cuando los niños culminan su sueño; olvidan su enfermedad y los familiares también ganan al ver al pequeño vivir felizmente aquello que parecía irrealizable.

Naturalmente esos sueños no pueden ser, normalmente, de la categoría de un viaje espacial -que, por otro lado, son una horterada de millonarios- y tampoco de la simpleza de dar caramelos o acariciar cabecitas, cogerles en brazos o darles un beso en la frente. Menos es nada, pero nada es cuando lo vemos en las campañas electorales.

Pero, como decía, son de más peso la que nos cuenta Ima. Ese deseo, por supuesto que no va a ser gravoso para los familiares y no va a constituir una pesadilla, por el contrario van a ver feliz al pequeño -no hay cosa más triste que la infelicidad infantil-.

Retomo la historia. Es la historia de Jaime, un niño de seis años aquejado de leucemia. Su deseo, su gran deseo era ser policía. La Fundación Pequeño Deseo fue a la Dirección General de la Policía y les explicó el caso y su intento. Se deshicieron en atenciones, en una palabra, se volcaron. Le hicieron al niño un pequeño uniforme;  y... un día apareció en la casa un agente y cuando le abrieron la puerta preguntó por el policía Jaime. Vengo a buscarle porque entra de servicio. Le subieron en un coche patrulla y la sirena del coche hizo las delicias del pequeño enfermo. El siguiente paso fue la visita al cuartel; allí convivió con sus compañeros policías y como final de fiesta controló el tráfico desde un helicóptero en vuelo.

Al llegar a casa quedó dormido, se había rendido emborrachado de felicidad. Al despertar preguntó a su madre: ¿mamá, lo he soñado o he sido policía?

No comento nada, porque de verdad, me siento un inútil.

Alfredo Hernández Sacristán