Sr. Director:

Creo que fue el crítico taurino Joaquín Vidal quien inventó la expresión lo del día de la boda para referirse a los atributos colgantes de los toros, que sin duda están a salvo de sorpresas como las que puede depararnos a otros cornúpetas potenciales la futura Ley de Identidad de Género. Porque, cuando se apruebe esta Ley, que permitirá cambiar oficialmente de sexo sin tocar para nada lo del día de la boda, Tomás podrá convertirse en Tomasa con un simple trámite burocrático. Entonces, si la nueva Tomasa se da buena maña con el maquillaje, sus admiradores y suspiradores podrán llevarse el susto de su vida cuando, una vez superada la faena de acoso, pasen a la de derribo, y se les aparezca, enhiesto, lo del día de la boda.

Por lo mismo, también puede ocurrir que Saturnino de día sea, en realidad, Saturnina de noche, y que el mozo se nos quede preñado. Y como la realidad siempre llega más lejos que la imaginación, tampoco pasará mucho tiempo sin que los periódicos nos sorprendan un día con la noticia tragicómica de algún contrayente chapado a la antigua que, la noche de esponsales, descubra que la identidad de género de su recién desposado cónyuge no se corresponde con su verdadera identidad de sexo, certificada sin apelación por lo del día de la boda.

Las contumaces de la teoría de género estarán que licuan con esta futura ley, que anula de hecho las barreras impuestas por la biología (y, sobre todo, por la anatomía) y hace posible, al menos oficialmente, la vuelta a la sexualidad indiferenciada. Por fin, la realidad del sexo fisiológico ha pasado a tener la importancia que se le asigna en esa teoría, es decir, ninguna.

Aunque bien mirado, y volviendo al ejemplo taurino, si lo que determina nuestras inclinaciones sexuales (según la mencionada teoría de género) no es la biología, sino la cultura y el aprendizaje, las dehesas de ganado bravo -que no han pasado aún por ningún proceso cultural de asignación de géneros- deberían ser una constante fiesta del orgullo gay. Y no digamos los bosques y zoológicos de los grandes simios, que pronto serán personas y podrán contraer matrimonios monosexuales... Para éstos, si la teoría de género fuese cierta, la identidad sexual debería ser cosa accesoria, y en sus apareamientos no deberían hacer diferencias entre sexos, anatomías ni orificios. Pero no es así. Los gorilas macho son casi todos ellos solteros forzosos, menos el dueño del harén, pero nunca se entregan a la sodomía. Tal vez, cuando deliberen sobre la condición humana y filosofen entre ellos como personas en ciernes que son, estos grandes simios lleguen a la conclusión contraria, es decir, que lo cultural sea el factor predominante en los casos en que la identidad sexual no coincida con la identidad de género (entre humanos, se entiende).

En resumen, ¿qué es más importante, a efectos del carnet de identidad, lo específico de cintura para abajo o lo común de cintura para arriba? Y a nivel social, ¿qué debe prevalecer, el derecho del transgenérico (que no transexual) a ocultarnos a los demás su verdadera identidad sexual, o el derecho de los demás a saber con quién nos jugamos los cuartos... traseros?

Javier Alvarez

alwarez@terra.es