Sr. Director:

Estoy totalmente de acuerdo con usted sobre el caso libio.

Con la brutal represión siria y la guerra civil libia acaban los últimos vestigios del otrora floreciente socialismo panárabe, que prometía crear una única nación por encima de las fronteras impuestas el colonialismo, con un régimen laico y moderno como alternativa a la teocracia islámica. Es indudable que el sueño fascista o nacionasocialista de un Nasser o de un Michel Aflaq (creador del baasismo) ha acabado pervertido por las dictaduras tribales y terribles de un Sadam Hussein, un Hafez El Asad (y su hijo Bachar) o un Gadafi con su pseudoideología del Libro Verde. Sea en buena hora su caída, pero lo malo es que por la puerta de atrás se nos vuelve a colar el fundamentalismo islámico como fuerza hegemónica entre los opositores. Cuando Occidente decidió apoyar como "mal menor" a ese fundamentalismo islámico por miedo a la penetración del comunismo en Oriente medio, la consecuencia fue la extensión del wahabismo y el terrorismo de Al Qaeda. Pensábamos que esta nueva revolución árabe sería, como mucho, similar al triunfo del islamismo moderado frente al kemalismo en Turquía. No parece que las cosas vayan por esa vía.