El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, le regaló a su asesor José Miguel Contreras, el dúo de los Miguel Barroso, su secretario de Estado de Comunicación, La Sexta, es decir, una canal de TV analógico, que es lo que tiene valor, al menos mientras el propio Ejecutivo siga retrasando interesadamente el apagón analógico.

También les regaló los derechos del Mundial de fútbol Alemania 2006 para que pudieran antenizar el país en tiempo récord. No sólo eso: impuso a todos los demás la concesión de La Sexta a cambio de ofrecerles los canales digitales que solicitaban TV digital. Incluso a los amigos de PRISA se les puso como condición sine qua non para abrir Canal la aceptación del nuevo canal competidor.

Y es que ZP quería tener su propio multimedia, y ya casi lo tiene: La Sexta y Público, los diarios más blasfemos -en nombre de la libertad religiosa, claro está- obsesionados con la Iglesia.

Ejemplo, programa Salvados por la Iglesia, (1) (2) (3) (4) (5) (6) en horas de máxima audiencia. Un humorista graciosísimo, seguramente hombre de diálogo, mete las cámaras en una eucaristía. El conductor del programa participa en la liturgia en calidad de monaguillo, en fundado en el Alba, y montando el numerito ante el sagrario.

Todo ello con la especial colaboración del celebrante, que incluso, ante el asombro de la feligresía, en la oración de los fieles ruega a Dios para que el programa Salvados por la Iglesia, de La Sexta.

Nuestro pinchauvas convierte toda la eucaristía en un espectáculo. Se ve como que al oficiante le quedaban dos dedos de frente y se negó a que comulgara, pero no dejó de entonar cánticos durante el reparto de las formas.

Finalmente, en la sacristía, el mosén reparte unos euros del cepillo entre los monaguillos y también a nuestro hombre, con quien mantiene una coloquial y desenfada conversación.

Y esa es la razón por la que nunca llegará a cardenal, porque si lo fuera, el cantamañanas de La Sexta habría acabado en la pocilga del pueblo, y el señor cura habría recibido dos bofetadas que, como diría Giovanni Guareschi, sólo podrían considerarse como dos santas bofetadas.   

Vivimos en el imperio de la blasfemia, de la blasfemia por ligereza. En la sociedad de la información, ligereza consiste en convertirlo todo en espectáculo, también la eucaristía.

Seguramente era a esto a lo que se refería el presidente Zapatero y la vicepresidenta De la Vega cuando anunciaban la reforma de la ley de libertad religiosa, entendida al modo laico, es decir, libertad para ciscarse en los principios, sentimientos o convicciones más íntimas de los católicos. Como diría la vice, respetar las creencias de los creen y las creencias de los que no creen.

Talante blasfemo, que le llaman.

Insisto en que la única manera de luchar contra esta marea de blasfemias es sacar al Santísimo a las calles y tener el coraje de defenderle. La adoración perpetua también es buena idea, y exige fe y compromiso por parte del cristiano: Abrir las iglesias y exponer al Santísimo no es mala idea cuando arrecia la persecución.

Es lo que han hecho en Nueva York, donde han sacado el Cuerpo de Cristo, en custodia, bajo palio, por la calle de la capital mundial del cristianismo. Merece la pena verlo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com