Don Luis Besa nos envía esta respetuosa y bien fundamentada opinión, pero no puedo aceptarla porque…

Es malo que el señor Rodríguez Ibarra emplee dinero de los católicos para ofender a los católicos, pero eso no agota la cuestión. Aunque fuese una actividad privadísima del señor Montoya, la libertad de expresión no protege la ofensa. Si yo insulto a la señora madre de mi vecino, no estoy practicando la libertad de expresión sino cometiendo un delito de injurias sobre una persona. Y si yo no critico, sino que hago escarnio de las convicciones más queridas de ese vecino, aunque lo haga con mi dinero y a través de instrumentos privados no subvencionados, no estoy practicando la libertad de expresión sino la inexistente libertad de ofender al vecino. Y alguien, mi vecino o la autoridad competente, debe venir e impedirme que le siga ofendiendo, si es necesario por la fuerza.

De otra forma, señor Besa, no existiría el delito de injuria, ni de difamación, ni de calumnia, ni los atentados contra el honor, ni, en el caso de la difusión masiva, la propagación de la mentira. De otra forma, ¿cómo podría entenderse que a los periodistas económicos nos lleven a los tribunales por mentir sobre una empresa –que no es una convicción íntima ni una persona, sólo un ente mercantil- y no se persiga una ofensa contra quien insulta a Aquel que millones de creyentes consideran su Dios?

No, lo único malo no es la utilización del dinero público para financiar la montoyada. Lo malo es la montoyada en sí misma. Y no, la injuria no está protegida por el derecho a la libertad de expresión.

Por otra parte, no podemos compartimentar la ética. Como ocurre con la verdad, moral sólo hay una. No podemos juzgar los fenómenos según su financiación o su desarrollo. Hoy mismo, he vuelto a leer al escritor y periodista Antonio Burgos (ABC) alabar la boda de dos modistos en Sevilla por su discreción y elegancia… a pesar que no puede aceptar que al homomonio se le llame matrimonio.

Pues tampoco, don Antonio. El asunto va más allá de la terminología. Podemos llamarle como queramos, pero el problema no es el matrimonio homosexual, sino la homosexualidad, una práctica antinatural que de ser extrapolada implicaría la desaparición de la raza humana. No caigamos en el nominalismo: aferrémonos a la esencia, no nos conformemos con la parte, analicemos el todo.

Eulogio López