Al parecer, toda la modernidad, tanto de izquierdas como de derechas, el PSOE y el PP, Competencia y el Gobierno madrileño, está deseosa de "liberalizar" -palabra mágica- los horarios comerciales. Naturalmente, lo hacen para beneficiar al público y luchar contra la inflación, es decir, reducir los precios. ¡Y un jamón de mono! A estas alturas, liberalizar sólo beneficia a las grandes superficies, a los hipermercados, a la gran empresa, aquélla que trabaja para sus accionistas mientras explota a sus empleados y esquilma a sus clientes porque no cree en la fidelidad de los mismos, sino en su rotación continua. Y también beneficia a las petroleras, por el consumo de combustible ("No parking, no business"). Con la liberalización, lo único que se acentúa es el monopolio de los grandes frente a pequeños comerciantes y medianos -supermercados-.

¿Acaso el Corte Inglés rebajaría sus precios si le dejan abrir más domingos al año? Por supuesto que no: el Corte Inglés no compite por precio sino por calidad y globalidad. ¿Y acaso Carrefour, la multinacional que más explota a su plantilla, vende más barato la parte más sustancial de la cesta de la compra familiar, es decir, los alimentos perecederos -carne, pescados, frutas y hortalizas- que el tendero de la esquina o el supermercado del barrio? No. Lo que vende más barato son los alimentos manufacturados, no perecederos, es decir, allí donde puede presionar más al proveedor, lo que no ocurre, u ocurre menos, en los mercados de abastos.

Pero hay más: Mercadona, 55.000 empelados bien tratados, mucho mejor tratados que los de las grandes superficies tipo Carrefour, Alcampo, etc., tiene en convenio, y se enorgullece de ello, no abrir ningún domingo ni festivo, porque considera que sus trabajadores deben conciliar la vida profesional y familiar. No es que el señor Juan Roig sea un santo, es que está convencido de que el empleado contento, con un salario digno, ayudas a la maternidad y día de descanso… rinde más los días de labor. El éxito fulgurante de Mercadona se ha conseguido sin necesidad de "liberalizar nada". No abre ni tan siquiera los -generalmente- 8 domingos que ya permite la ley en la mayoría de las comunidades autónomas.

No sólo eso. Si por mor de la modernísima liberalización de nuestros muy progresistas gobernantes, los híper lograran un monopolio de hecho en la distribución de alimentos y otros artículos de primea necesidad, etc., entonces se produciría la ecuación maldita de que liberalización es igual a inflación. Bajo tan equívoco vocablo, lo que se vive es el verdadero drama de la justicia social, que no consiste en la lucha de lo público contra lo privado sino del grande contra los pequeños, independientemente de la naturaleza de la propiedad. Liberalizar horarios supone rendirse ante los grandes, que es a lo que siempre tiende el poder político. Un detalle: en los nuevos barrios (PAU, les llaman) de las grandes ciudades los edificios no tienen bajos comerciales. Es una forma de forzar a todo el mundo, quiera o no quiera, a coger el coche e irse al híper.

Y algo más: el hipermercado quita horas de hogar y favorece el consumismo. Toda la civilización cristiana se basa en el descanso dominical y en juzgar a las personas por lo que son, no por lo que tienen. El fallecido Paco Umbral decía que los centros comerciales se habían convertido en los nuevos templos de la nueva religión. Tenía razón en su análisis pero omitía la conclusión: esa religión tan falsa como escasamente consoladora, es una grandísima porquería.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com