Me gustan estos chicos de La Cruz de San Andrés. Son tradicionalistas, gente simpática, por tanto, jocunda, alegre, porque lo que no es tradición resulta plagio y porque la tradición constituye el certificado de calidad de un idea (que no de una persona). Lo bueno de los tradicionalistas es que, además, razonan, porque no se puede pensar sin un punto de apoyo, y el punto de apoyo de los tradicionalistas son sus principios. Y uno de los problemas del tradicionalismo es que no le gustan los liberales, sobre todo cuando al liberalismo le añaden aquello de relativismo liberal. Y tienen razón: a mí tampoco me gusta el liberalismo: es una doctrina ñoña, fofa y, lo peor de todo, no es doctrina en modo alguno, es una mera contradicción.

Ahora bien, resulta que yo soy católico y liberal, al menos en economía. Dice La Cruz de San Andrés que hay que abrazar la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Estoy de acuerdo.

Ahora bien, por partes:

El liberalismo económico, la doctrina alumbrada por Adam Smith (en la imagen),  defiende exactamente lo mismo que la DSI: la propiedad privada. No la empresa privada, mucho menos los mercados financieros, que son propiedad fiduciaria, o sea, la negación de la libertad privada, sino la propiedad privada, según viejo principio: la propiedad privada es como el estiércol: buenísimo, con la única condición de que esté bien repartido. El liberalismo apuesta por la propiedad privada, y el buen liberal apuesta por la propiedad privada pequeña. El liberal, no el capitalista, entiende que el mercado (no el financiero, ese no tiene remedio, cuando menos pinta, mejor) sólo es bueno si asegura la igualdad de oportunidades entre grandes y pequeños. Sólo en ese caso.

Y lo más importante: la propiedad privada bien repartida es el sustento de la libertad, mientras que la propiedad pública consiste en que los políticos te roben el dinero y lo manejan a su antojo en tu nombre.

A la DSI, como al liberalismo, le gustan más los propietarios que los proletarios. Define a los proletarios porque la DSI defiende al débil y el proletario, aunque no siempre, suele ser el débil. Ahora bien, preferiría que se valiera por sí mismo con una pequeña propiedad privada que explotar y que le asegurara su sustento.

El liberalismo sí cree en algo, en la propiedad privada distribuida. El problema es  cuando deja de creer, no porque no crea en la propiedad privada, sino porque pasa a no creer en nada. Al menos en otra cosa que no sea arrebatarle su propiedad a los demás.

Eulogio López

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