Nada llena más mi ánimo que ver a un progre escandalizado. La progresía se rasga las vestiduras como sólo sabían hacerlo los mejores fariseos, con ese mohín versallesco y aire ofendido, con ese timbre gritón y el aire cansino de quien ya ha explicado demasiadas veces la misma evidencia.

La progresía española, dirigida pro el señor Zapatero y el señor Polanco, mejor, dirigida por éste y aplicada por aquél, está escandalizada con las palabras del arzobispo emérito de Barcelona, Ricard María Carles, señal evidente de que monseñor ha dado en la diana. Lo que ha trastocado las meninges y ha provocado varias mesaduras de cabellos librepensadores ha sido la tesis de Carles en referencia a la ley del matrimonio sarasa, tesis que podríamos resumir de esta guisa: Cuando se antepone la ley a la conciencia, acabamos en Austwitz.

Terrible, como pueden ustedes ver. ¿Cómo se atreve a decir verdades de ese calibre? Si hay algo que lo políticamente correcto no soporta es la evidencia.

Veamos por dónde circula el camino hacia el exterminio nazi.

Recuperemos al viejo  Hobbes y su Leviathan. Don Thomas sabía lo que se decía, ya lo creo que sí. Y era todo un progre: consideraba que no había principios absolutos, que el bien y el mal no existían, que el hombre tenía derecho incluso a matar, y que nadie tenía autoridad moral para decirle lo que tenía que hacer o para prohibirle hacer cualquier cosa.

Lo que ocurre es que don Tomás era inglés, un tipo práctico, y se dio cuenta de que su ausencia de principios hacía imposible la convivencia. Por eso inventó el Leviathan: como no había moral, era el  Estado quien decía lo que está  bien y lo que está mal, es decir, el Estado era el gran poder al que nada se le puede comparar, el poder irresistible del Estado. Desde entonces, todos los dictadores se han apoyado en esa tesis para mantenerse en el poder, la misma tesis que defiende la vicepresidenta primera del Gobierno Zapatero, Teresa Fernández de la Vega, o su ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar. La ley hay que cumplirla porque ha sido aprobada por el Parlamento, por lo que no hay cabida para la objeción de conciencia. Por cierto, muy bueno lo de este Pepito Grillo de la justicia, el amigo Aguilar, cuando afirma que la ley homosexual no tiene nada que ver ni con la libertad de conciencia y ni con la creencias, que es un mero contrato civil. Muy cierto : me sé yo de algunos que firmarían un contrato de homicidio con toda la paz, y supongo que todos los ciudadanos del gran Leviathan tendrían que cumplirlo.

En pocas palabras: nuestro Mr. Bean ha puesto en solfa la objeción de conciencia, e incluso algo más grave: la legitimidad de la ley. Zapatero no es socialista, pero sí hobbesiano, como lo han sido Mussolini, Hitler, Mao, Lenin, Stalin y Pol Pot. Y monseñor Carles tiene toda la razón: la ley homosexual conduce derechito hacia Austwitz. De un plumazo, en España nos hemos cargado la objeción de conciencia, con lo que anulamos la libertad, y la legitimidad de la ley, con lo que nos cargamos la democracia. Todo en uno.

De todas formas, no sé por qué me preocupo. Estoy convencido de que SM el Rey Juan Carlos I no sancionará dicha ley, entre otras cosas, no por los nobles conceptos aquí expresados sino porque la homosexualidad es una guarrada enorme. Una reina que acude de blanco a la entronización del nuevo Papa, privilegio que poseen las reinas que se autodenominan católicas, y un Rey como este no pueden firmar una cochinada semejante que, a la postre, se concreta en introducir el pene por el ano. Y el ano no ha sido creado para eso, no Señor.

Eulogio López