Si por un lado Occidente sigue dando testimonio de la acción del fermento evangélico, por otro no son menos turbulentas las corrientes contrarias a la evangelización. Estas corrientes socavan los fundamentos mismos de la moral humana, implicando a la familia y propagando la permisivita moral: los divorcios, el amor libre, el aborto, la anticoncepción, los atentados a la vida en su fase inicial y terminal, así como su manipulación. Estas corrientes disponen de enormes medios financieros, no solamente en cada nación sino también a escala mundial. En efecto, pueden contar con grandes centros de poder económico, a través de los cuales tratan de imponer sus condiciones a los países en vías de desarrollo. Por eso, es legítimo preguntarse si no estamos ante otra forma de totalitarismo, falazmente encubierto bajo la apariencia de democracia.

Son palabras de Juan Pablo II en su reciente libro Memoria e Identidad, palabras que uno, en su ingenuidad, hubiera considerado resaltables. E incluso impugnables, pero que, sin embargo, han pasado desapercibidas, porque el mejor argumento contra una idea clarividente es no argumentar y simplemente condenarla al ostracismo.

O yo no entiendo el castellano, o lo que el Papa está diciendo es que una democracia debe respetar la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural (es decir, como casi todas las que hoy componen eso que llamamos Occidente, con la excepción de algún país hispanoamericano); el aborto es otra forma de totalitarismo. Dicho de forma simple, lo que está diciendo Juan Pablo II es: una democracia que fomenta el aborto no es una democracia, es un totalitarismo.

Y lo dice muy clarito, porque especifica el aborto y la anticoncepción, atentados contra la vida en su fase inicial, así como la manipulación (por ejemplo, el uso de embriones humanos como cobayas humanas, la más novísima y la más grande de las aberraciones actuales) de la misma, y la alusión a la fase final, la eutanasia, tan celebrada hoy en el mundo con los recientes Premios Oscar, que han galardonado a dos películas (Million Dolar Baby y Mar Adentro), dos panfletos pro-eutanásicos, aunque mucho más crudo el de Amenábar que el de Clint Eastwood.

Contra la clerecía progre que intenta defender lo indefendible con sutilísimos argumentos en favor de la manipulación de embriones, el condón, el mal menor, el mal peor (peor que el mal menor, imagino), la eutanasia activa y la pasiva... La voz del paciente del Policlínico Gemelli se vuelve a alzar: pueden ustedes decir lo que quieran, pero eso no es la doctrina de Cristo.

Contra quienes consideran que para que haya una democracia basta con votar cada cuatro años y que el partido más votado forme Gobierno, se alzan las palabras del Papa: los derechos humanos, y en particular del primero de ellos, el derecho a la vida, constituye la esencia de la democracia, no el mero sistema electoral. No en vano, en el mismo libro, Juan Pablo II recuerda con horror que Hitler también llegó al poder mediante unas elecciones libres.

Dicho de otra forma, la pregunta de Aristóteles (¿Qué es democracia, lo que quieren los demócratas o lo que preserva la democracia?) tiene una respuesta en Juan Pablo II: democracia es, ante todo, lo que preserva la democracia, es decir, lo que preserva los derechos humanos.

Eulogio López