La semana se cierra con la polémica sobre las esposas, o aparición de los posibles culpables en la operación Pretoria, con las manos atadas y recogiendo sus pertenencias en bolsas de basura.

Es la imagen de la España corrupta, que, por cierto, no necesita análisis sociológicos sino exámenes de conciencia, de todos y cada uno pero cada cual para sí.

De inmediato, España se ha partido en dos: a favor y en contra, y entre ambos bandos no cabe acuerdo posible. Unos piensan que Macià Alavedra o Prenafeta tenían que ir esposados, como se hace con cualquier otro delincuente. Escucho a una profesora de ética -extraño ejemplar aunque algunos existen no se crean- apostar por la igualdad. Los otros aseguran que no hay peligro de fuga, dada su edad y condiciones físicas y que se está violando la presunción de inocencia con pena de telediario añadida.

Pues bien, me apunto al segundo grupo. Es cierto que la ley debe aplicarse a pobres y ricos, listos y tontos: ¡Viva la igualdad! Ahora bien, la igualdad de los desiguales es otra desigualdad y, en efecto, un señor de 70 años probablemente no se resistirá. Como me comenta un sindicalista, en referencia al tonti-feminismo zapateril, yo estoy por la igualdad, no por la paridad.

En cuanto al peligro de fuga con cómplices, las esposas no van a ayudar mucho a los guardianes, seguramente.

En cualquier caso, lo que provoca indefensión y agravios comparativos es la falta de información, lo que llamamos el secreto del sumario. Lo que se presenta como una garantía de ecuanimidad sí representa un ataque brutal al imputado -o acusado, lo mismo me da aunque no sea lo mismo- porque a los ojos de la opinión pública es culpable.

En definitiva, la clave se llama transparencia que es lo que no practican jueces y fiscales, tan celosos ellos de su independencia, que no del buen nombre de los acusados.

Por lo demás, ¿es bueno tanto Gürtel, Pretoria, etc.? Por supuesto que sí, todo lo que sea limpiar es bueno aunque estoy convencido de que la actividad judicial no limpia debajo de las alfombras. En España no hay corrupción porque fallen los mecanismos legales; hay corrupción porque fallan los mecanismos morales. Si decimos que no hay norma moral objetiva, no hay manera de que los sobornos no se confundan con las comisiones y las coimas con los servicios prestados por amistad. Si no hay normas, nadie es quien para decidir lo que está bien o lo que está mal.

De hecho, una vez que hemos renunciado a las verdades absolutas (recuerden, si son verdades, son absolutas y si no son absolutas no son verdades), no hay manera de que los casos de corrupción, los de don Baltasar Garzón, porque todos son suyos, no se convierta una lucha espuria contra la corrupción, donde el objetivo no es limpiar la vida pública sino fastidiar al enemigo privado.

No, España no precisa una regeneración política sino moral, que es otra cosa. Por lo demás, todo está en orden.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com