Así de duro, pero así de real. Esta es una de las consignas que la Consejería de Educación catalana remite a las escuelas catalanas. Para facilitar la integración, nada mejor que catalanizar el nombre. Que uno se llama Luis, pues pasa a ser Lluis. La mejor forma de arrancar las raíces. Y lo malo es que esto de arrancar el nombre, no es nuevo. Durante la república, los catalanistas laicistas pensaron que eso de que muchas de las ciudades de Cataluña llevaran nombre de santos era algo insoportable.

Así que decidieron que lo mejor era laicizar los nombres. La plaza de San Jaime, ya sería la plaza Jaime; Sant Cugat del Valles, sería Cugat del Valles. Y es que esto de los nombres es tan importante que marca la identidad. Sanpetesburgo no es lo mismo que Leningrado. Y Lluis tampoco es lo mismo que Luis, salvando las distancias.