Un lector me reprocha que no explico en qué consiste lo que en nuestra anterior edición de Hispanidad califiqué como 'globalización asimétrica' y su relación con la inmigración, que tantos muertos nos cuesta. Tiene toda la razón, no lo expliqué.

Por globalización asimétrica entiendo lo siguiente. Se entiende por mundialización la consecuencia de una tendencia desaforada hacia la enormidad, hacia lo grande: estados, unidades supranacionales, empresas, mercados. Vivimos en el mundo de los oligopolios: cada día hay menos agentes económicos y de mayor tamaño. Menos energéticas, menos bancos. Menos bolsas... y todos ellos enormes. A Chesterton no le gustaba lo grande porque decía que era ingobernable. Y cuando algo es ingobernable, se producen injusticias que llevan al Papa Francsico a exclamar: "Esto es una vergüenza".

La globalización económica consiste en la libre circulación de los tres elementos básicos de producción: capital, bienes y servicios y personas. Ahora bien, hemos hecho una globalización a la medida de los pudientes, a los que les interesa, sobre todo, los primeros elementos. Hemos logrado la globalización prácticamente total en circulación de capitales; parcial, pero en progresión, de bienes y servicios. Tanto es así que para fastidiar a los agricultores del Tercer Mundo, los del primer mundo, Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente, nos dedicamos a subvencionar nuestra agricultura y ganadería más que a establecer contingentes, que a la esencia del proteccionismo económico.

Sin embargo, apenas hemos avanzado en la globalización de las personas. Los trabajadores y profesionales no pueden moverse por el mundo, a menos que demuestren que pueden ganarse la vida. Pero, ¿cómo van a poder ganarse la vida si vienen huyendo de la miseria, sin formación alguna, o de la guerra y de la persecución religiosa  (No, no es ideológica, es religiosa).

Por tanto, si queremos una globalización justa a la libre circulación de capitales y productos debe ir unida la libre circulación de personas. De otra forma sucede lo de Lampedusa.

Y sí, lo mejor sería que no hubiera inmigración. Los mejores talentos del Tercer Mundo emigran hacia el primer mundo, y la descalificación de lo que ahora llamamos talento, hunde aún más a los países pobres. Los expertos hablan de que los ricos ayuden a los pobres en su propia casa (en la de los pobres, digo), no cuando llegan a sus costas o a sus terminales aéreas. Pero eso choca con un mundo en crisis vuelto sobre sí mismo.

Y a todo esto, ¿la globalización es buena o mala A mí no me gusta, se lo aseguro, pero entiendo que es difícil de evitar por mor de los avances tecnológicos, que nos acerca a todos pero también nos homologa a todos.

En todos los aeropuertos del mundo pueden ver ustedes las mismas marcas y la misma forma de hacer y comportarse, mientras el inglés -mal hablado y peor entendido- se ha convertido en el esperanto. En materia de cultura, la globalización es depredadora. Y, por supuesto, la globalización ha generado un mundo de oligopolios, casi de duopolios, donde la igualdad de oportunidades de todos cruje.

Consecuencia: los muertos de Lampedusa.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com