Dice El País que no es fácil descifrar las claves internas que han llevado a los obispos españoles a elegir al frente de su Conferencia Episcopal al titular de la Diócesis de Bilbao, Ricardo Blázquez.

Es cierto, es tan difícil que El País metió la pata hasta las corbas preludiando la reelección de Antonio María Rouco. ¿Por qué metió la pata? Pues, por lo mismo que vuelve a errar en la interpretación de los hechos: por juzgar a la Iglesia con criterios humanos.

Los vaticanólogos y conferenciólogos son como los analistas de Bolsa: incapaces de prever un ascenso o una caída son, sin embargo, rigurosos prolijos a la hora de analizar, a posteriori, sin lugar a equívoco, el por qué del desastre. Los chicos de Janli Cebrián hacen lo propio y el espectáculo, qué quieren que les diga, es muy regocijante. Lo de la prensa progre con la Iglesia es como lo del chiste:

-Oiga, ¿es el 7889464?

-¡Ni uno, oiga, no ha acertado usted ni uno!

Lo que, de paso, revela el poco espíritu democrático de los prelados, que, en lugar de hacer caso a Polanco y reelegir a Rouco (más que nada para que los janli-boys pudieran hablar de iglesia cavernícola), se decidieron por el centrista Blázquez.

Pero, como decíamos, a posteriori, y dando palos de ciegos, El País da en la diana. El periódico de don Jesús nos informa que la apretada votación (y tan apretada, como que para ser presidente de la Conferencia Episcopal Española hay que obtener los 2/3 de los votos) muestra a una jerarquía católica dividida en dos mitades prácticamente iguales (no necesito expresarles lo mucho que sufre El País con esta división).

Pero sí que acierta, aunque sea dando palos de ciego, y a posteriori, en otra cuestión. Lean esta perla del editorial: La jerarquía católica está dividida. Pero no entre los clérigos conservadores y progresistas, sino entre los clérigos fieles e infieles, que es la única separación que ha existido siempre en la Iglesia. Y sí: esa es una división preocupante para todo creyente y tremendamente gratificante para los aguerridos luchadores de Prisa (no sé si saben que los ideólogos de Prisa luchan por el progreso continuo, que es algo parecido al movimiento continuo).

La única división existente en la jerarquía eclesiástica desde la fundación misma de la Iglesia es la que marca la fidelidad: hay clérigos fieles a Cristo y hay clérigos fieles al mundo. Y siempre, esa frontera de la lealtad corre pareja a otra: fieles a Roma o fieles a sus próximos, es decir, fieles a Cristo o fieles al mundo.

También se puede hablar de fidelidad a la doctrina o fidelidad a la herejía, y todas estas divisiones, que no son más que una, pueden concretarse en el viejo aforismo : Roma locuta, causa finita. Oigan ese termómetro para medir la fidelidad y no se equivocarán nunca: cuando Roma habla, no hay más que hablar. Lo único necesario es que los clérigos españoles, o de cualquier otro lugar, sean fieles a Roma. Todo lo demás se les da por añadidura.

Para El País, Blázquez se ha impuesto a Rouco gracias a los votos de los obispos vascos y catalanes, pues el obispo de Bilbao ha llegado a mostrarse comprensivo con los postulados del nacionalismo moderado. Si así fuera, yo que Blázquez no habría aceptado el cargo. No hombre no, lo que ocurre es que la progresía, tanto nacionalista como centralista, utiliza la llamada cuestión territorial para dividir a la Iglesia.

A los cristianos, la opinión de los obispos sobre el nacionalismo debiera importarles un pimiento. Por contra, deberán vigilar si algunos clérigos de nombre, no necesariamente obispos, venden en privado que ya es hora de modificar la Humanae Vitae, de Pablo VI, es decir, la piedra angular de toda la doctrina cristiana sobre la vida, la anticoncepción y, casi en consecuencia, la familia. Y también deben preocuparse los cristianos por el tratamiento que determinados clérigos dan a Jesús Sacramentado, o la confusión que otros siembran sobre materias tan delicadas como la confesión o la justicia social o la inmigración. Estas sí son cuestiones que pueden dividir a la Iglesia. Pero no a la Iglesia entendida como clerecía, sino a la feligresía (concepto derivado de fidelidad), que es mucho más importante que la jerarquía, simplemente porque son más.

Por lo demás, ¡qué bonito sería que desaparecieran las Conferencias Episcopales...!

Por cierto, la función de la Iglesia no es negociar, sino predicar. Ni tan siquiera es dialogar, sino proponer.

Eulogio López