Lo dice El Levítico, que es libro sabio y antiguo. Ofrece una solución adecuada al problema de la crisis del capitalismo, degenerado en una sociedad en la que todo el mundo le debe algo a alguien, en muchas ocasiones un algo que supera con creces lo que puede pagar sin resultar embargado.

Hablo de particulares, familias, empresas y Estado. Una deuda que, además, resulta imposible de controlar, dado que los bancos centrales, es decir, los políticos, no dejan de echar leña al fuego, en forma de fabricación permanente de dinero.

Vamos, que vivimos en un océano de liquidez inagotable que provoca el ahogamiento. No vivimos en el desierto económico de Camino a la libertad, un desierto interminable que hace suspirar por el agua. No, vivimos en un  interminable Waterworld, en el que nadie sabe dónde hacer pie, mientras las mangueras de los insensatos Ben Bernanke y Mario Draghi continúan echando agua al mar.

La solución, y no soy el primero en proponerla, está en el Jubileo. Con una fecha fija de condonación de deuda se detiene cualquier proceso especulativo, dado que el valor de bienes y servicios no procede de la presión que el rentista ejerce sobre el producto y en general, los mercados sobre la economía real y, en general, el grande sobre el chico. No señor, procede del tiempo que falta para el Jubileo, momento en el cual la propiedad retornaría a su antiguo dueño.

Además, medio siglo es periodo más que suficiente como para planificar cualquier economía familiar, empresarial o estatal.

Una norma moral y religiosa se convierte así en la clave para detener el proceso especulativo, que es la clave maligna de una economía financista. Además, el hecho de que a los 50 años se haga borrón y cuenta nueva supone establecer un patrón de precios que congela las codicias de los rentistas, que son los que mandan hoy en el mundo para desgracia de todos.

Lo dicho: implantemos el Jubileo. Siempre será un sistema de medición de valor más simple que el del mercado secundario de deuda, por ejemplo, mucho menos engorroso y mucho más justo.

Eulogio López   

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