El concepto de moda es deflación. Toda la vida especulando con los males de la inflación y ahora resulta que es su contrario. Y la reflexión amenaza con convertirse en histeria… tal y como suele suceder en el universo económico.

Los medios audiovisuales nos anuncian que los mercados -es decir, las bolsas, que no son los mercados más importantes pero sí los más comprensibles- viven la semana pendientes de que Mario Draghi abra la manguera. Si no, nos moriremos de sed… en este océano de liquidez en el que se ha tornado la economía mundial desde que se convirtió en financista y desde que a algún gracioso se le ocurrió terminar con el patrón oro, el gran invento de la humanidad.

Hasta el diario El Economista -un periódico cuyos planteamientos me gustan más que los de sus hermanos mayores, Expansión y Cinco Días- se apunta a la manguera y llama en su auxilio argumental al amigo Friedman (en la imagen): si tienes miedo a la deflación, mete más plata.

Pues no, con todos los respetos al grande entre los grandes: si tienes miedo a la deflación sube los salarios y baja los impuestos. Si los trabajadores, profesionales y empresarios, eso que llamamos la economía real, tienen más dinero para consumir no se preocupen que los precios no se derrumbarán.

Aquí operan dos principios que, por primarios y pedestres, olvidamos. Ya saben que el ser racional siente horror a lo obvio, a lo evidente, a lo palmario.

En primer lugar, la economía no existe, existen las economías particulares. Ni más ni menos. La economía ni necesita la manguera ni necesita drenar. Son las familias y los particulares quienes necesitan crédito o producen ahorro. Aumentando la liquidez de la economía se consigue lo de siempre: que los detentadores de los flujos de capital lo distribuyan, o no lo distribuyan, según su conveniencia.  

La segunda realidad nos exige distinguir entre rentistas y empresarios (que no deben porque todo lo emplean en su negocio). Y trabajadores, empresarios y profesionales. En definitiva, entre la economía financiera y la economía real.

Friedman, con toda su sabiduría -andante, sin duda- era un financista. En el fondo no creía en la economía real, sólo en la economía financiera, que no es otra cosa que especulación, no bienes y servicios producidos para el bien común.

En definitiva, el único debate de hoy y de ayer a la hora de decidir una política económica consiste en elegir si quieres apoyar al productor o al rentista. Nadie es rentista si una vez cubiertas sus necesidades no le quedara dinero sobrante para invertir y poder vivir de las rentas. Por tanto, con todas las excepciones que se quiera, el rentista es el rico. El empresario que reinvierte lo ganado en su negocio no lo es, como no lo es el profesional que hace lo propio en su despacho, ni el trabajador, ni el pequeño agricultor. Para eso es para los que tienes que trabajar, político, no para el rentista, por mucho que dulcifiquemos su nombre calificándole de ahorrador y por muy nobles que hayan resultado los méritos con los que ha ganado su dinero.

Puedes inundar la economía real de dinero que no por eso conseguirás evitar la deflación. O mejor, será paran para hoy y hambre para mañana. Si quieres luchar contra la deflación y ayudar a la economía real, no a la financiera. Es decir, sube las rentas y baja los impuestos. El dinero que eches al mercado debe ser el justito para facilitar los intercambios económicos, no para jugar con él al Monopoly.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com