Algo está cambiando en la programación televisiva con el mismo ritmo trepidante con el que la política comienza a ser una cosa 'divertida' porque se ha convertido, querámoslo o no, en un espectáculo (y por eso entretiene). El mejor  termómetro está en los contenidos televisivos, que nos la venden así, como algo divertido, sobre todo los fines de semana.

Es la fórmula elegida por los dos grandes grupos del Duopolio televisivo español, Atresmedia y Mediaset. La Sexta y Telecinco se han convertido entre viernes y domingo en un altavoz de lo que funciona mal, de lo que indigna al personal y eso vende. Otra cosa es la ausencia de rigor para diseccionar ese algo que funciona tan mal. Eso sería demasiado pedagógico y aburrido.

El espectáculo y el morbo son la fórmula elegida para 'vender' lo más serio: la política y la economía
Las dos cadenas, entre semana, usan y abusan de la telebasura, destripando la vida de famosos y comediantes, en una espiral tan insólita como nauseabunda. Y los fines de semana, con idéntica fórmula, pero trasladada a temas más serios como la política o la economía, se convierten en la telerrealidad sobre lo que nos aflige o inquieta. Pero, insisto, con la fórmula del espectáculo o lo que es lo mismo: el morbo. Vende tanto como la telebasura, aunque ya no son ricos y famosos los protagonistas, sino políticos o corruptos o tertulianos de todas las tendencias y raleas que piensan y saben mucho. El tirón de Podemos, la formación de Pablo Iglesias, ha sido decisiva en esta nueva etapa de la programación. Lo que digan Monedero o Errejón en Telencino o La Sexta es lo que mola y esas teles lo saben.

Ya no se sabe quién se está aprovechando de quién, pero la fórmula, de momento, aguanta. Otras cosa es que no digan nada, o como mucho, tópicos con escaso fundamento. Paradójicamente, ha sido también ese mismo tirón el que ha provocado un inesperado acercamiento de los políticos a la televisión, por la que hasta hace nada daban lo justo. No busquen ideología porque no la encontrarán. Ni explicaciones convincentes. Se trata de pisarse unos a otros con una velocidad de vértigo y epatar al espectador con mensajes cortos, indemostrables o atractivos.

Pero esos programas, no es baladí, tienen ya un peso en la opinión pública indudable y audiencias crecientes. Y da que pensar, sobre todo porque la política, servida de ese modo, lejos de fortalecerse, se va debilitando hasta tal extremo que podría correr el riesgo de desaparecer. La política no es espectáculo, sino algo más serio de cuyo ejercicio depende la solución de los problemas de la gente.

Nadie daba un duro hace un año por esos programas de contenido político. Ahora, sin embargo, son las estrellas del 'late night' del fin de semana. Son algo más que un espejismo en el complejo mundo de la opinión pública. Hemos entrado en la etapa de nuevos parlamentos televisivos, pero el parlamento importante sigue estando en el Congreso de los Diputados.

Rafael Esparza

rafael@hispanidad.com