En el momento en que escribo estas líneas desconozco el resultado de las elecciones italianas y peruanas. Iba a comportarme como todo un intelectual snob y decir que es una cuestión insignificante, prueba evidente de que no lo es. Sencillamente, mi propósito ahora no es analizar resultados sino sistemas.

Vamos, el siglo XXI se ha inaugurado con la crisis, profunda de los partidos, es decir, de las ideologías, del siglo XIX y XX. ¿Qué representa hoy ser comunista no es un ejemplo adecuado : ya no quedan-, socialista, democristiano o conservador? Pero, al mismo tiempo, y como casi siempre ocurre con los periodos de transición, resulta que todavía no han emergido los sustitutos. Se ha troceado el pensamiento y no hay nadie que se haya decidido a recoger los restos.

Ahora bien, para salir de esta crisis del sistema se puede hacer dos maneras: a la italiana o a la peruana. Empezando por el final, les diré que la primera es la acertada, la segunda es una salida en falso. Los italianos intentan reformar el sistema democrático, los peruanos intentan aniquilarlo y sustituir, no a los partidos envejecidos, sino al propio sistema. Y no es esto, no es esto, que dijo don José.

Los italianos, probablemente el pueblo políticamente más culto del planeta, lo tienen muy claro. Han instituido para este periodo de transición un modelo que responde al agrietamiento ideológico y la confusión mental generalizada muy relacionada con la histeria- como la imagen reflejada en un espejo se corresponde con el original. En pocas palabras: la gente vota a los partidos, pero gobiernan las coaliciones. Desde fuera sólo distinguimos entre Silvio Berlusconi, a su derecha, y Romano Prodi, a su izquierda, según se mira. Pero lo que votan los italianos son partidos, los muchos partidos que componen cada una de las dos coaliciones: llamada la una La Casa de las Libertades y la Unión.

Pues bien, la Casa de las Libertades está formada, o respaldada, por 21 partidos, mientras la Unión del ex presidente de la Comisión Europea está formada o respaldada por 19 formaciones. De hecho, una de las terminologías que más confunden es la que califica a la Casa de las Libertades (¿Mansión?) del editor Berlusconi con el centro derecha; tan equívoca como la que identifica a la Unión del profesor Prodi con el centroizquierda, dado que en la primera abundan los separatistas, ultraderechistas, ecopanteístas, el movimiento del No al euro, y el majadero de Umberto Bossi, mientras al viejo profesor le acompañan socialistas, comunistas, pensionistas y la víbora de Emma Bonino. Es decir, que más que dos coaliciones son dos cajones de sastre, que llegan a la mesa de negociación electoral con sus votos en la mano y miran qué es lo que pueden introducir en el programa común. Que no salga de la provincia, pero mis favoritos son el Pacto por Sicilia (Berlusconi) y el Proyecto Cerdeña (Prodi). En concreto, este último me recuerda uno de mis tebeos favoritos: El Asunto Tornasol, del genial Tintín (¿o era Hergé?).

En cualquier caso, en Italia están tan convencidos como en el resto del mundo de que la partitocracia es el cáncer de la democracia, pero por ello no renuncian a la democracia. Simplemente, buscan que todos puedan verse representados en una opción, lo que los politólogos llamarían: disponer de un canal donde exponer sus ideas.

Un dato : cuando las ideologías se diluyen, la gente se vuelve hacia la fe. No es casualidad que ambas coaliciones compitan por identificarse como cristianos o por resaltar los valores cristianos que defienden. O sea, igualito que en España. El impresentable de don Silvio pide a los cristianos que recuerden que esa familia a la que ridiculiza en sus canales de TV es la familia de verdad, o como la que pretenden Prodi, tentado por el matrimonio gay. Al tiempo, Prodi recuerda que él es católico practicante, mientras enseña a sus democristianos, que también tiene su cuota, y siempre cuenta con un Antonio di Pietro, un hombre que, a pesar de que se confiesa católico practicante de hecho nos los recuerda cada día- no ha conseguido enamorarse de Cristo porque eso sería un adulterio consigo mismo.

Por contra, Perú se enfrenta a la tentación del antisistema, con el insigne Ollanta Humala, un personaje que mamó en su familia la llamada antítesis del colonialismo. Es decir, se ha convenido de que la raza superior no es la blanca colonizadora, y que, por tanto, no resulta procedente odiarla. El teniente coronel Humala está convencido de que la raza verdaderamente superior es la indígena. Como todo racista, don Ollanta es un amigo del pueblo, un populista empedernido, hermano de Hugo Chávez y Evo Morales. Y si no son hermanos pues serán primos, pero debe quedar claro que Humala, el primero en las encuestas, manifiesta los dos rasgos típicos del racista. A saber: lo bueno es bueno si es de los míos. Por ejemplo, Evo Morales piensa que colocarse con la cocaína forma parte de la idiosincrasia del altiplano, ergo es bueno. Y así, mientras otros políticos, sin rasgo alguno de generosidad, piensan en colocar al pueblo, él intenta que su pueblo se coja un colocón.

El segundo rasgo del racista es un olvido del permanente axioma histórico de que toda raza no es más que mezcla de razas anteriores.

En cualquier caso, Humala quiere terminar con el sistema, siguiendo la fórmula Chávez. En el fondo, don Hugo es un filántropo : él sabe lo que necesita el pueblo mejor que el susodicho pueblo, por lo que está dispuesto a sacrificarse por él. Un humanitario. De hecho, Chávez aún no ha dado el paso definitivo, que consiste en prescindir del sistema. Por ahora, y como definiera, precisamente el saliente Cholo Toledo en referencia al caudillo venezolano, una cosa es llegar al poder por métodos democráticos y otra bien distinta gobernar democráticamente. Por ahora, Chávez continúa ganando las elecciones, pero los españoles deberíamos recordar que si Franco hubiera convocado elecciones libres pocos meses antes de su muerte las habría ganado de calle.

Pero a lo que estamos, Fernanda, que se nos va la tarde: la crisis de los partidos tiene dos salidas: la del indigenismo hispanoamericano, quien afirma que sólo se sale de la partitocracia terminando con la democracia, o la de los italianos, que han multiplicado el número de formaciones para que cada cual vote aquello en lo que cree, y no aquello a lo que le fuerzan, y que a la hora de gobernar optan por las grandes coaliciones.

La respuesta está en Italia, no en Perú.

Eulogio López