El Fondo Monetario Internacional (FMI) no necesita una revolución, tampoco una reforma, lo que necesita es volver a sus orígenes, ser aquello para lo que nació.

La nueva Asamblea del FMI, ahora liderada por el español Rodrigo Rato, vuelve a hablar de reforma. El diario El País, por ejemplo, bramaba el lunes 4 contra la preponderancia de Estados Unidos en el seno del organismo. Un magnífico ejemplo de la cortedad de miras habitual en la progresía, pero, eso sí, disfrazada de modernidad. Olvida el diario de Miguel Yuste que el FMI es un banco creado para ofrecer créditos a bajos tipos de interés a aquellos Gobiernos que lo necesiten. Fue una gran idea la del inglés John Maynard Keynes y la del norteamericano Harry White, parida en Bretton Woods: un prestamista de última instancia que asegurara el pago de deudas y, en especial, el pago de la deuda pública, que asfixia a tantos países.

Para ello, urdieron un sistema de financiación a escote. Es decir, los países más ricos aportan más dinero para poder prestar a los más pobres. Por lo tanto, es lógico que en un banco, quien aporta más dinero de su bolsillo mande más. Estados Unidos es el principal aportador y debe mandar más. Durante 60 años, el sistema del FMI ha funcionado correctamente, a pesar de los alaridos de la izquierda. Sólo se le podía reprochar que, a cambio de sus préstamos a bajos tipos de interés, a veces exigía demasiado de la pobreza, las famosas píldoras amargas del FMI, como cuando exigía fondos de pensiones privados a países cuyos ciudadanos tenían una esperanza de vida de poco más de 40 años.

Pero esa no es la cuestión. La reforma del FMI no puede consistir en la merma del poder norteamericano, en beneficio de otros países, porque Washington, con toda razón, dirá que muy bien que aportará menos dinero y que el que quiere mandar más que pague más y mejor.

No, los retos del FMI son los siguientes:

1. En primer lugar, el FMI no puede seguir operando como el representante de la banca privada acreedora (y especuladora con) de deuda pública de los países pobres. El único riesgo del banquero es no cobrar: que lo asuma. El FMI debe ayudar a los Gobiernos sólo a cambio de que empleen su deuda en lo que deben emplearlo. Así de simple. De otra forma, estará apoyando a todos los grandes bancos, los grandes sinvergüenzas que fuerzan a los países pobres a emitir deuda con unas rentabilidades que luego no pueden asumir.

2. El FMI tiene que dejar de ser el tanque de ideas del neoliberalismo global. Es decir, debe dejar de predicar apertura de fronteras para capitales y productos pero no para personas. Este es el gran desequilibrio de la globalización actual.

3. El FMI debe luchar contra la especulación, que es la nota clave de los actuales mercados financieros. En efecto, el Fondo debería ponerse a la cabeza de quienes reclaman un impuesto (por ejemplo, la famosa Tasa Tobin) para luchar contra la pobreza y reducir la especulación, principalmente en los mercados de divisas y de deuda.

4. El FMI debe afrontar la lucha contra los paraísos fiscales, que no es posible sin un pacto mundial contra estas instituciones, verdadero cáncer de la economía, e incluso de la política, actual.

Esa es la reforma pendiente. Lo demás, no es más que antiamericanismo bobalicón.

Eulogio López