La publicidad se está volviendo cada vez más complicada, ergo cada vez más tonta. Hay mucha publicidad así que trata de sorprender, de ser diferente. Ahora bien, no es que se haya terminado la capacidad de asombro, lo que parece haber concluido es la capacidad del receptor para el asombro ante tantas 'originaleces'.

Más bien, está enervada su capacidad para cabrearse, obligado a desentrañar el mensaje último de la tal publicidad, como si en lugar de un mensaje para animar la compra se tratara de un jeroglífico que, además, en no pocas ocasiones, ofende al destinatario. Eso cuando el receptor consigue comprenderlo.

A lo mejor, anunciantes y creativos deberían recordar que la originalidad no consiste en enervar sino en ir al origen de las cosas.

Y lo decimos en Hispanidad, periodistas que viven de la publicidad.

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