Es paisano de Bill Clinton, así que no es de extrañar que lleve diecinueve años en coma y al final decida despertar. Sin embargo, el caso de Terry Wallis no ha tenido el mismo impacto mediático ni la mitad de la mitad de la mitad- que el de Terry Schiavo, más que nada porque al imperio de la muerte le encanta, eso mismo, la muerte. Para ser exactos a los partidarios del aborto y la eutanasia les encantan las historias que acaban en muerte y no aquéllas en las que, el protagonista vuelve a la vida.

La ventaja de Wallis es que es un varón, razón por la cual no tenía un marido casado en segundas nupcias, como Schiavo y empeñado en librarse de la primera parienta por el eficaz procedimiento de matarla de hambre y de sed, a pesar de la oposición de los padres y hermanos de la finada. Además, Schiavo no llevaba ni de lejos los 19 años en estado vegetativo de ese mecánico de Alabama. Simplemente la diferencia estriba en que los familiares de Wallis tuvieron la paciencia y sobre todo la esperanza de cuidar a un ser querido que era incapaz de responder al afecto que le ofrecían ni de expresar gratitud por las constantes molestias que se tomaban por él y así, Wallis ha despertado y se ha encontrado con el rostro de una chica desconocida que le cuidaba: su hija. En estas tesituras los médicos se comportan de forma muy similar a los analistas de bolsa, nunca aciertan en lo que va a pasar pero explican con rigor y profundidad por qué ha pasado lo que ha pasado. Ahora hablan de una autocura del propio cerebro, posibilidad que las mentes más progresistas del contorno le negaron a Terry Schiavo.

Mientras, Wallis está aprendiendo a vivir, incluso bromea con los suyos, no se muestra disconforme con que no le hayan aplicado la eutanasia durante este lapso, más bien al contrario y no parece haberse deprimido especialmente tras ser informado de que Ronald Reagan ya no preside los Estados Unidos. Y todo esto no debe llevarnos a un ensayo sobre la eutanasia, entre otras cosas porque en materias vitales no hay peor sordo que el que no quiere oír. Basta con recordar la sentencia de Tolkien: Si no tienes poder para dar la vida, no te apresures para otorgar la muerte. En el entretanto mi calenturienta imaginación dibuja escenarios, pongamos en la sede de Naciones Unidas donde eminentes mentalidades progresistas elevan sus preces no sé exactamente a quién- para que el puñetero Terry Wallis la palme de una puñetera y definitiva vez. Su caso no deja de ser una provocación.

Eulogio López