Qué dorada la paja del tejado, aunque vieja y polvorienta; qué fanfarrias el viento, aunque helado y seco. Qué gloria el pelo de la madre, qué gloria descuidada, pues bajo las vigas, en la penumbra, un niño había nacido. ¿Acaso se engendraron tantos niños para hacerse viejos, repugnantes, sombríos, amargados, cínicos, fieros, fríos? Dios espera con terrible paciencia, sin ira, indesmayable, y cada año, de nuevo, por aquellos niños perdidos nace un niño. (G. K. Chesterton, El espíritu de la Navidad, Editorial Espuela de Plata)