La caverna sigue mandando en España. Por ello, los reclutas que ingresan en el ejército español (y de los que un 50% abandona durante el periodo de instrucción) duermen en barracones separados, separados por sexo, se entiende. No hay un barracón para gays ni otro para transexuales porque la caverna reaccionaria, como creo haber dicho antes, tiene su enjundia.

La disciplina brilla por su ausencia, naturalmente, porque estamos hablando de gente democrática, pero esa es otra cuestión. Naturalmente, dormir en el cuartel no es una obligación, porque eso resultaría inconstitucional. Sólo es una forma de evitar el pago de una pensión.

El caso es que los chicos duermen en un barracón y la féminas en otro. A esas edades tempranas, con las hormonas disparadas, los suboficiales responsables saben perfectamente que el paso de un barracón a otro es algo tan previsible como el amanecer. Ahora bien, la sorpresa ha llegado cuando las más de las veces no son los varones quienes tratan de hacer la gracia de introducirse en el barracón femenino, sino las féminas las que, de forma mayoritaria y muy, muy progresista, aparecen en el barracón de los varones.

Eso implica problemas a los mencionados suboficiales, entre otras cosas porque en los cuarteles no imperan las ordenanzas militares, sino lo políticamente correcto, cono en todos lados. Es políticamente correcto abroncar a un jovencito rijoso, pero no llamarle zorra a una señorita, porque eso, sin duda, sería violencia de género. No entramos en que lo sea, pero llamárselo es un delito contra libertad sexual, si ustedes me entienden. Y claro, eso no se pude decir.

Otrosí. Los abogados de familia (o sea, de cargarse familias) afirman que tres de cada cuatro veces, el cónyuge que toma la decisión de separarse es ella, no él, rompiendo con un tópico ancestral. No tengo cifras sobre la infidelidad, que supongo habrá dado el mismo vuelco, pero lo cierto es que las que rompen el compromiso son, la mayor parte de las veces, ellas. Si lo piensa un poco, es lógico : los tribunales les van a dar la razón en todo : patria potestad, pensión, etc. Pero claro, eso no se pude decir.

Alguien vaticinó, hace tres décadas, que todo el objetivo moderno del mal consistía en corromper a la mujer. Corrompida la mujer, corrompida la familia, corrompida la familia, corrompida la sociedad. Parece que el objetivo se ha conseguido, pero esto no se puede decir. El Nosotras parimos, nosotras decidimos ha sido el grito de guerra que más corrompido a la mujer y que más ha esclavizado al varón que sólo puede recurrir a la fuerza bruta para librarse de la tenaza que le imponen dos fuerzas diabólicas: una mujer a la que le importa poco destrozar vidas y familias y unas leyes feministas, absolutamente injustas, aplicadas en muchos casos por juezas prevaricadoras y jueces cobardes, incapaces de rebelarse contra lo políticamente correcto. Ambos, las unas por mala uva, los otros por miedo, dictan sentencias injustas a sabiendas de que lo son. Pero esto no se puede decir.

Y tampoco se puede decir, ahora que el hemisferio norte atraviesa un caluroso verano, que la agresividad femenina a la hora de practicar la libertad de enseñanza es una muestra más de esa degradación femenina. Y la moda de enseñar bragas y sujetadores, lo mismo. Aunque no conviene decirlo.

Probablemente, el mayor problema al que se enfrenta el mundo moderno sea la degeneración de la mujer actual. Pero esto no se puede decir.

Eulogio López