Ya lo tenemos todo casi claro. Tras recomponer el rompecabezas de las semideclaraciones de ambos protagonistas, podemos concluir, con un margen de error del 5% que los hechos acaecidos son los siguientes: durante la prórroga de la final del mundial Alemania 2006 el señor Materazzi agarró de la camiseta al señor Zidane con el firme propósito de impedirle jugar el balón. El señor Zidane le advirtió molesto que si tanto cariño le tenía a su camiseta se la regalaría al final del partido. Fue entonces cuando el señor Materazzi, que tiene alma de macarra, le respondió que no le interesaba su camiseta sino la de su hermana. Esto molestó mucho al señor Zidane, quien se revolvió y le arreó un cabezazo en el pecho. Y finalmente fue expulsado.

Posiblemente no hubiese pasado nada si el señor Zidane, tras su salida, así mismo macarra de pata de banco, hubiese manifestado su pesar por lo sucedido. Es decir, si hubiese mostrado arrepentimiento y lo mismo pude decirse del grosero señor Materazzi, y si eso hubiera ocurrido, el vergonzante suceso se hubiera transformado en una formidable lección de deportividad.

Ahora bien, nada más peligroso que el halago, el elogio puede convertir al santo en truhán y al virtuoso en cretino. Y así, Zinedine Zidane se ha encontrado con los siguientes elementos: el presidente de la República Francesa le ha recibido en el Eliseo con especial deferencia respecto al resto de la selección. Y le ha dicho que Francia te admira y ama. Las multitudes galas le han convertido en su ídolo y una empresa francesa ha lanzado la canción del verano acompañada de un videojuego donde se narran las bondades del nuevo Asterix francés que golpea una y otra vez al pérfido italiano, no gracias a la poción del druida Panoramix, sino a la durísima mollera de Zizou. De propina mis paisanos de la Fundación Príncipe de Asturias se empeñan en otorgarle el galardón a la deportividad. Cualquier día el premio Príncipe de Asturias a la Concordia se lo otorgan a Bin Laden, y hasta es posible que se presente a recogerlo. Los galardones de la capital de Principado prefiguran las condiciones del futuro reinado de Felipe VI.

Con todo ello tenía que ocurrir lo que ha ocurrido, Zizou se planta ante las cámaras de televisión y manifiesta su pesar por lo ocurrido, pero afirma no arrepentirse de nada, dado que si se arrepintiera observen al fino teólogo- sería tanto como aceptar la grosería de Materazzi y claro, Eso no puedo aceptarlo.

Eso de separar perdón y arrepentimiento equipara a Zizou con el líder batasuno Arnaldo Otegi. Recuerden, cada vez que ETA asesinaba a alguien, Otegi lamentaba pero no condenaba lo sucedido. Zizou también lo lamenta mucho, pero no sabemos si lamenta su comportamiento o el hecho de que mil millones de personas contemplaran su mala crianza. Es más, el loado Zizou sólo pide perdón a los niños que hayan podido contemplar su actuación estelar, quizás porque la mayoría de las marcas comerciales con las que tiene comprometidos sus servicios y de las que espera obtener sustanciosos emolumentos están dirigidas a la chiquillería.

Y es que ya lo dijo Pablo VI y nadie ha superado desde entonces su tremenda descripción de la modernidad El pecado del siglo XX es la pérdida de sentido del pecado que traducido al lenguaje zinediano significa justamente eso, un mucho de lamento, un mínimo de petición de perdón y un nulo arrepentimiento. Es lo que podíamos denominar la moral Zizou.