Sr. Director:

Si yo tuviera una enfermedad rara, el típico síndrome que tienen unos pocos en el mundo, y algún médico me dijera que ha inventado un fármaco capaz de curarme, pero que es carísimo y que tiene una eficacia del 20 o 25 por ciento, es muy probable que me pusiera en sus manos para intentar curarme. Pondría todas mis esperanzas en ello, y, probablemente, todos mis ahorros y algún crédito que pidiera.

La actitud del médico, fuera de toda duda, sería muy honrada y bienintencionada, pero muy poco científica, ya que es mucho mayor el mal que se puede derivar de la no eficacia del tratamiento (aún sin efectos secundarios), que el bien que se trata de conseguir.

Pues bien, eso, exactamente, es lo que ocurre en nuestro país con las técnicas de reproducción asistida. Son terapias carísimas y con una eficacia muy baja. Y ahora sale el Gobierno legislando para abrir la puerta a todos aquellos científicos a los que les apetece jugar a ser Dios, es decir, una norma más propia de un señor llamado Hitler que de un Gobierno de una sociedad democrática avanzada.

¿Sabemos cuántas familias en España tienen hijos a los que les vendría bien un hermano seleccionado genéticamente para curar la grave enfermedad que padecen? Pues, tengo entendido que alrededor de setenta.

Y aquí no me vale la desfasada e hipócrita pregunta de ¿y si te pasara a ti? Porque la respuesta es muy simple, sólo hay que leer el principio de esta carta, pero, además, quien me haga esta pregunta que conteste ahora a la que yo le formulo : ¿Y si conmigo no funciona ese tratamiento? ¿Me devuelven mi dinero? ¿Gastarán más dinero en otras líneas de investigación? Y, lo más importante, ¿me devuelven mi esperanza?

No nos dejemos tomar el pelo, ni por nuestros incautos gobernantes ni por los astutos investigadores de la vida. Seamos sensatos y no caigamos en el error de entrar en estériles polémicas que sólo benefician a aquellos absolutamente decididos a hacer el mal, sean cuales fueren las consecuencias.

Francisco Baz

fbaz2@hotmail.com