Más que una escuela es una universidad. La ristra de escritores y pensadores británicos conversos comienza con el cardenal John Henry Newman, el hombre del siglo XIX, porque lo vivió enterito.

De ese tronco salieron numerosas hojas robustas entre las que destacan GK. Chesterton, Tolkien o el economista Schumacher. Naturalmente, a la progresía le molesta un tanto la labor de Newman, razón por la cual ha decidido que don Alfred era gay. Uno no entiende por qué la progresía no deja de alabar la homosexualidad como una libérrima opción sexual y, sin embargo, cuando quiere denigrar a un ortodoxo, le llama maricón.   

En  cualquier caso, la escuela de Newman constituye la cátedra de pensamiento cristiano más profunda de toda la modernidad. Los ingleses, un país actualmente en quiebra, que deshecho su imperio vive del pasado, bien puede, sin embargo, vanagloriarse de que durante siglo y medio ha tomado el testigo del pensamiento cristiano.

Entre esos autores, uno de los pioneros es Robert Hugh Benson. El hijo del primado de la Iglesia Anglicana, tuvo la ocurrencia de convertirse al Catolicismo, creando no pocos dolores de cabeza a su familia y a la comunidad anglicana. Benson es, además, el primer novelista de la era moderna sobre la parusía, y sus obras El Señor del Mundo y Alba Triunfante pertenecen a un género con el que muy pocos se atreven, se lo puedo asegurar.

Ambas obras se las debemos a Homo Legens, esa editorial del grupo Intereconomía a la que debemos ese tipo de joyitas que sencillamente no se publican en otros lugares. Pues bien, ahora el mismo sello nos regala otro título de los que no se encuentran en otros predios: Los espiritistas. ¿Por qué sólo se encuentran estos títulos en esas editoriales menudas? Pues porque el discurso cultural imperante en la actualidad ha dictaminado que los católicos no pueden ser artistas, aunque los mejores artistas han sido cristianos.

Benson es un novelista clásico, por tanto sólido, que construye sus historias con ritmo. No les voy a contar la trama ni tan siquiera qué escenario es el que el autor ha escogido para hablarnos del cada vez más extendido mundo de la superchería. El siglo XXI es el siglo de las brujas, ciertamente, pues cuando el hombre deja de creer en Dios acaba por creer en cualquier cosa, especialmente en cualquier estupidez.

Pues bien, Benson nos lanza en Los espiritistas, dos mensajes siempre olvidados:

1. La magia blanca no existe. Sólo existe la magia negra, obra de Satán, al que se combate con la gracia divina. Si a esa gracia sacramental quieren llamarle magia blanca sólo puedo decirles que serán ustedes unos auténticos horteras, pero no lo diré: sólo lo pensaré. El caso es que tal magia blanca no existe y el tonto de Harry Potter haría bien en no olvidarlo.

2. El espiritismo puede ser un fraude pero no tiene por qué serlo. Lo que pasa en la Güija, en la quiromancia, en los espíritus mediadores puede ser fraude o idiocia, pero también puede ser algo más que eso, algo real y muy peligroso. Y si me fuerza a los ejemplos, recuerden que la posesión no es, ni mucho menos, el arma más mortífera del enemigo, entre otras cosas porque la posesión sólo afecta al cuerpo, no al alma.

No son pocos los cristianos que sólo admiten el fraude. Hacen mal. Tampoco debe creerse que los ataques espiritistas sólo afectan a personalidades especialmente sensibles y un punto desequilibradas. Los materialistas suelen ser los más atraídos por el espiritismo morboso.

Es lógico. Como recuerda el demonio literario creado por otro de los discípulos del universo Newman, el escritor Clive Lewis, la victoria final sobre la Iglesia llegará el  día en que el hombre niegue a Dios y adore lo que vagamente llama fuerzas. Esa inversión -con perdón- de conceptos está presente, asegura Lewis, en algunos puntos del psicoanálisis y en el siglo XXI, añado yo, en el ecologismo de corte panteísta.

Pero no hace falta reparar en todo esto. Lo mejor es leer a Benson porque es muy divertido: felicitaciones a Homo Legens y a su editor, el catedrático Javier Paredes, por volver a recordarnos que nada hay más contrario al espíritu que el espiritismo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com