"Yo no he venido aquí para que usted me juzgue sino para que me vean los que me están vendo". Las palabras de José Bono al periodista Vicente Vallés durante una entrevista en Tele 5 resumen, como sólo podía hacerlo uno de los rostros más pétreos de la política española, el sutil proceso de reducción de la libertad de prensa que se está dando, no sólo en España, sino en todo Occidente. Yo no he venido aquí para que usted me juzgue, sino para utilizar sus cámaras y su difusión como altavoz de mi propaganda y medro político personal. Esta es, en efecto, la función que los poderoso de la política y de la empresa -Bono lo es de ambas cosas- asignan a los periodista, y considerando la concentración de prensa, radio y TV en grandes multimedias, políticos y empresarios pueden conseguir su propósito. En las grandes redacciones, en los llamados medios "serios", todo el mundo sabe qué es lo que se puede decir y qué resulta arriesgado escribir. Todo el mundo sabe que los multimedia que controlan España (PRISA, Planeta, Vocento, Imagina, La Vanguardia y poco más) impera lo políticamente correcto, bajo el espejismo de derecha-izquierda, conservador-progresista y otras milongas. Por ejemplo, no se puede hablar o escribir desde una cosmovisión cristiana. Hoy la libertad de prensa sólo circula en pequeños medios, especialmente en las empresarialmente diminutas páginas de Internet.

¿Cómo se ha logrado esto? Pues a lo Bono. Mi maestro en periodismo económico, José García Abad, socialista como Bono pero mucho más sincero y menos sectario, bautizó al líder manchego  "un Bono convertible". Y en efecto, se trata de un tipo camaleónico, con una gran capacidad de adaptación al medio, una de esas personas convencidas de que la coherencia es un producto de herboristería.

Ahora bien, su visión de la libertad de prensa no es menos grave. Bono no quiere periodistas, sino secretarias que reproduzcan, sin capacidad de glosa alguna, lo que el señorito diga. Pues mire usted, esa es la misma visión que tenían Stalin, Hitler y Mao. No hombre no: la labor del periodista no consiste en reproducir lo que digan los políticos o los banqueros, porque los taquígrafos realizan esa función con mucha más eficacia. La función consiste en analizar, es decir, juzgar, al poder, porque juzgar es la actividad intelectual en su sentido prístino, originario. El periodista que renuncia a juzgar simplemente es un comodón, que secunde en el ubicuo -e imposible- concepto de objetividad para no meterse en líos. El periodista debe juzgar al poder, de hecho es su principal misión, por dos razones:

1. Es su obligación para poder informar al receptor. Con la objetividad, el lector no se entera de las claves de la cosa. Por eso los poderosos reclaman siempre objetividad al periodista. Es lógico, pero no hay que caer en la trampa.

2. Porque el periodista tiene el privilegio de convivir diariamente con el poderoso. No está obligado a juzgarle porque sea más listo que el común de los mortales, sino porque está más cerca. Además, ejerce su juicio mediante la palabra, sin posibilidad de otra condena que la moral. En esto se diferencia de los jueces y por eso su función es mucho más importante que la de los jueces. Éstos aplican la ley, el periodista está obligado a defender al débil de los abusos del fuerte. Sí, no exagero la importancia de su papel, siempre que no reniegue de él: buena prueba de ello es que el presidente del Gobierno o Emilio Botín temen más a la prensa que a los jueces.

Sí señor Bono, usted va a Tele 5 para hacerse publicidad, pero la función del periodista Vallés consiste, precisamente, en juzgarle. No le condena, porque le juzga con la palabra, pero sí se trata de un juicio moral que puede resultar condenatorio; en eso consiste la libertad de prensa. Lo que ocurre es que usted es un Bono convertible y tiene alma de tirano.

Y lo malo es que el señor Bono ha ejemplificado esta tendencia liberticida, pero se podría aplicar al PSOE, al PP, a los poderes fácticos. En España y en todo Occidente. Una tendencia que consiste en convertir a los periodistas en secretarias.

Eulogio López   

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