Si yo me cisco en la señora madre de la canciller Angela Merkel, ¿estaría ejerciendo mi derecho a la libertad de expresión o simplemente estaría ofendiendo? Me inclino a pensar que lo segundo. Comparado con las blasfemias que cada día pueden contemplarse en la cartelera teatral madrileña, la verdad es que el montaje del vanguardista (Dios nos libre de los humanitarios y de los vanguardistas, y especialmente de los vanguardistas humanitarios) Neuenfels no resulta especialmente ofensivo. Como todos los innovadores, el buen esteta no se ha conformado con la lealtad al clásico, sino que ha extrapolado Dios nos libre de los extrapoladores- la filosofía de la ópera Idomeneo. Mozart plantea la poquedad del hombre ante un dios destructor y a Neuenfels no se le ha ocurrido sino la brillantísima idea de liberar al hombre de la deidad, a costa de cortarle la cabeza a los dioses. ¿Y qué mejor liberación que la decapitación de Poseidón, (por laicos del culto pagano), Buda, Mahoma y Jesucristo? Pues se les guillotina y en paz: hombre liberado. Lo que no cree Neuenfels...

Pero entonces, la directora de la ópera de Berlín ha decidido suprimir el montaje (¿No sería más lógico suprimir el estúpido añadido del creador vanguardista?), no por las amenazas cristianas, naturalmente, ni por las budistas, sino, cómo no, por las procedentes del Islam, una religión para la paz. Y es cierto, como dice Merkel, que no podemos autocensurarnos por miedo a la violencia, pero tampoco podemos ofender sólo a quien sabemos que no va a responder con la violencia. ¿Y a los violentos? No, a los violentos tampoco podemos ofenderles.

Aún más. A la hora de juzgar la gravedad de una injuria hay que reparar en los sentimientos del ofendido, antes que en la razones del ofensor, porque el 99 por 100 de las ofensas son gratuitas y evitables, aún en el caso de que sean ciertas. Además, si los artistas tienen patente de corso para ofender, todos nos autocalificamos de artistas y a correr.

Por último, lo que diferencia a un ser racional y libre de los animales es que éstos sólo entienden la agresión física, mientras que al hombre le puede hacer más daño la pluma que la espada. Que diría el clásico. Por eso, los tratados de moral cristianos y no cristianos- aconsejan ponerse siempre en los zapatos del otro. Para un cristiano consecuente: Jesucristo es el hijo de Dios y hermano nuestro, y no está bien decapitarle, aunque sea a título de metáfora (de grandiosa metáfora, naturalmente).

Con estos principios por bandera, ¿no damos pábulo a que se exagere la susceptibilidad y el victimismo? Ciertamente, y si no que se lo pregunten a Benedicto XVI. Ahora bien, la norma sigue siendo la misma: la libertad de expresión propia termina en la ofensa ajena. Que eso no agota la casuística, ya lo sé: ocurre con todas las cuestiones, especialmente con las cuestiones morales. Por eso la ética es ciencia abstrusa, y el mayor problema del hombre consiste en distinguir y elegir entre el bien y el mal.

Muy distinta ha sido la reacción general. Tomemos el ejemplo del Frankfurter Allgemeine Zeitung (que es como El País de Polanco, sólo que con la mitad de prejuicios que el rotativo español, es decir, una barbaridad de ellos). Ojo al dato, porque representa lo que repite doña Angela y otros muchos intelectuales: la representación de Neuenfels no contradice a Mozart, pero aunque mostrara idiotez o ignorancia, o incluso fuera ofensiva, no debería poderse suprimir de un plumazo sólo por miedo a que personas que piensen de otro modo lo ataquen. Tiene toda la razón. No debe suprimirse por miedo sino por la convicción de que no se puede ofender a los seres queridos ni a las convicciones íntimas de muchos millones de personas. No existe la libertad de ofender y, qué puñetas, todo el mundo sabe que se puede decir cualquier cosa sin ofender. Por lo general, es el artista sin talento quien recurre a la ofensa de las convicciones ajenas o a lo mórbido para llamar la atención porque no se le ocurre otra cosa. El propio Mozart plantea una idea tan blasfema como la del hombre abandonado por Dios, pero no necesitó insultar a nadie para expresarlo. Y conste que su idea es mucho más anticristiana que la glosa idiota de Neuenfels. Éste se queda con la decapitación de los dioses, Mozart tiembla, perdido entre la idea abominable del Dios vengador y la aún más abominable idea del hombre solo. En el fondo, Mozart pretende expresar la idea que Chesterton pone en boca de su detective, el padre Brown: Lo que todos tememos más es un laberinto sin punto central. Por eso el ateísmo es sólo una pesadilla. Lo del vanguardista no tiene parangón con ningún clásico, porque sencillamente es una memez vulgarmente injuriosa.

Eulogio López