Lo primero que hay que decir de la inquisición es que no juzgaba a los agnósticos sino a los herejes.

Les preocupaban los de casa, pero no obligaba a nadie a ser de casa. Toleraban al ateo, pero no al embustero, al comecuras pero no al incoherente.

Benedicto XVI está siendo muy inquisitorial cuando recibe a Obama con los brazos abiertos -y este le responde con la chulería de Chicago- y apenas pasa de la diplomacia necesaria, mínima, cuando se trata de Joe Biden y Nancy Pelosi. Más que nada porque estos dos últimos se empeñan en ser católicos y abortistas, cuando nadie les ha obligado ni a lo uno ni a lo otro y, en especial, nadie les ha obligado a vivir ambas cosas a la vez.

La pregunta es por qué ateos y agnósticos, y progres comecuras en general, se preocupan tanto de la inquisición y del espíritu inquisitorial: a ellos no les afecta en absoluto: sólo a los católicos, y huyen a confesarse católicos en público y eso no es un privilegio sino un peligro. La inquisición no debe preocupar a ZP sino a Bono, no a Fernández de la Vega, sino a Pepiño Blanco, no a Mariano Rajoy sino a Federico Trillo, no a Dolores de Cospedal sino a Jaime Mayor Oreja. Como se ve el espíritu inquisidor es muy tolerante, salvo con la hipocresía.

El espíritu inquisitorial guarda relación directa con el racismo, otro componente que no está nada claro. Un español, aun siendo más limitado que su propio credo, tenía que ser más amplio que su propio imperio. Podía quemar a un filósofo por heterodoxo pero debía aceptar un bárbaro como ortodoxo.

El racismo resulta también un concepto equívoco. Yo albergo la sospecha de que es algo malo y algo, al igual que la inquisición, relacionado con los dogmas. Los dogmas más llevaderos son los religiosos, claro. Pero otra vez lo cuenta mejor que yo, y hace ya unos cuantos años, Chesterton: Resulta cada vez más claro que la línea no separa al negro del blanco sino al rico del pobre.

Prudente distinción, el racismo de la riqueza pero, no lo duden, el maestro no se va a quedar ahí. Don Gilbert tenía que aclararnos en qué consiste realmente el racismo y sobre todo, librarnos de nuestro miedo a ser acusados de racismo: Nadie debería extrañarse de que algo extranjero le resulte extraño; de lo que cualquiera debería avergonzarse es de creer que algo es malo simplemente por ser extraño.

Necesitamos inquisidores que respeten a quien no piense como ellos y se muestren intolerantes con la incoherencia, porque la incoherencia conduce a la nada. Necesitamos racistas que se percaten de lo extraño que resulta el extranjero para, a renglón seguido separar el grano de la paja, lo bueno de lo malo y admirar toda la riqueza que late en el otro.

Por lo demás, el racismo de hoy es el racismo de la riqueza, del hombre que contempla a quien tiene todos los derechos mientras él se queda sin ninguna posibilidad. No es el color de la piel, sino las diferencias de riqueza las que molestan. Y mucho. Y saben que la propiedad privada es como el estiércol, maravillosa siempre que esté lo suficientemente repartida.

Eulogio López

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