La avalancha de personas que mal viajan en pateras o hinchables para entrar en España no es un episodio agradable para nadie con sentido común y sensibilidad. Estamos hablando de personas -muchas de ellas engañadas por mafias- que abandonan su tierra -a nadie le gusta hacer tal cosa- para entrar en Europa por algo tan digno como buscar una vida mejor. Los italianos, tal vez, están más acostumbrados a ver tragedias como la de 2013 en Lampedusa -si es posible acostumbrarse a algo así-, en la que murieron 366 emigrantes ahogados. En el Estrecho de Gibraltar está sucediendo lo mismo, aunque con un balance menos cruel.

Para empezar, el problema de la inmigración irregular no se soluciona con física cuántica, sino con humanidad. Por tanto, se impone una primera consideración elemental: es inmoral (o sea, injusto) dejar a la gente tirada para que se juegue la vida de esa manera. Ni es moral, ni humanitario, ni cristiano. Hecha esta 'ingenua' reflexión -esas personas necesitan ayuda y protección- es posible sacar algunas conclusiones.

El problema es europeo, pero Europa se olvida de la presión migratoria en la frontera del sur. En consecuencia, es la legislación europea la que debe estudiar fórmulas que faciliten la entrada legal -con algo como un código de visados humanitarios- para frenar la entrada irregular, más peligrosa, porque implica un riesgo cierto de muerte. En el espíritu de la Unión está esa solidaridad, un valor marcadamente europeo y cristiano (que es lo mismo, en este caso porque no terminan de entenderse bien una cosa sin la otra, por mucho que lo digan los que los dicen). En este contexto, las mafias (que no es imposible identificar si hubiera más voluntad de hacerlo), lo tendrían bastante más complicado para comerciar con seres humanos en un trueque indecente a cambio de unas 'perras' (es otra forma de esclavitud denigrante).

La legislación europea debe estudiar fórmulas que faciliten la entrada legal para frenar la inmigración irregular y combatir a las mafias

Por igual motivo, la Unión Europea debería apoyar a los países afectados directamente por este problema, como son Italia o España. No sólo con el envío de dinero -eso siempre es fácil-, sino compartiendo a toda esa gente que se desplaza desde el norte de África o de Oriente Próximo huyendo de zonas, para que me entiendan, no precisamente prósperas, sino desnutridas, en guerra o con dictaduras que hacen temblar hasta a un colibrí (Siria, Eritrea, Mali, etc.) ¿Por qué no se unen todos los países europeos, también los del norte, para acoger a esa diáspora que escapa de la miseria, la guerra o la hambruna En España y en Italia lo están haciendo desde hace tiempo sus autonomías o regiones con los centros de estancia temporal o de acogida.

Si el problema son los desequilibrios económicos entre zonas geográficas, que lo son, no se engañen -las condiciones de vida en Senegal no tienen nada que ver con las de Francia, aunque compartan idioma-, la solución debe ser global, del mundo desarrollado (Europa, en lo que nos toca). No se trata de crear "barreras infranqueables" entre regiones, como ha denunciado el Papa Francisco, sino evitar los movimientos migratorios -trabajando juntos-, creando riqueza y oportunidades en esos países. Ese mismo espíritu solidario -europeo o cristiano- es el que ha ayudado a integrar en un proyecto común al sur y al este de Europa.

Es lo que han hecho y siguen haciendo los misioneros europeos desplazados a esos países africanos para sacar de la miseria a tanta gente. Y no es baladí recordarlo escuchando estos días tanta notica del ébola. Esos religiosos, como Miguel Pajares, fallecido ayer, o cooperantes con un sentido trascendente de la vida, están dando lo mejor de sí mismos para colmar espiritual y humanamente a los habitantes de las chabolas y poblaciones africanas. Coñe, son esas mismas personas las que están haciendo una labor humanitaria formidable de acogida y ayuda, no las ONG de los partidos políticos, de la izquierda o la derecha.

Se trata buscar una solución a los desequilibrios económicos entre regiones, no de establecer "barreras infranqueables"
Pero lo anterior exige dos cosas:

La primera, domesticar los mercados financieros, esencialmente especulativos. En otras palabras, que la justicia distributiva deje de ser una entelequia. Parece como si la riqueza fuera un patrimonio -imposible de repartir- de los países ricos, mientras se condena a la miseria y la inanición a los países pobres. El mal capitalismo que nos irradia está en el germen de las emergencias sociales que provoca después. Y hay mucha hipocresía social en este punto, también entre países, hasta que no les toca el problema.

La segunda, corregir los desequilibrios económicos, que están provocados precisamente -conviene recordarlo- porque el Primer Mundo no deja competir al Tercero en sectores como el agroalimentario. Ojo, no dando dinero sin más a esos países, que generalmente acaba en las manos corruptas del gobernante de turno. Hay más opciones. Europa subvenciona generosamente su producción agraria, por ejemplo, cortando el paso a esos países, en los que, además, se trabaja en unas condiciones socio-laborales lamentables, cuando no de explotación, directamente.

Cáritas Europa o la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) tiene mucha experiencia en estas cuestiones y aportan muchas soluciones. Una visita a su página web no viene mal a nadie y, encima, da ideas.

Mariano Tomás

mariano@hispanidad.com